Reforma Constitucional

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miércoles, 25 de noviembre de 2015

La economía de mercado se amenaza a sí misma.



La OCDE no deja duda cuando publica que los salarios en México son los más bajos entre los 34 países integrantes de esa organización. Hoy el salario mínimo se ha homologado en 70 pesos diarios, como irrisorio sustento de familias promedio de 4.5 integrantes (INEGI): 15.5 pesos por persona para cubrir todas sus necesidades. Es el nuestro un caso ejemplar de competitividad obtenida mediante castigo al salario para atraer inversión y exportar. El pasado 29 de octubre, con datos del Banco Mundial, El Financiero publicó que en México se pagan los salarios mínimos más bajos de Latinoamérica. Para poner esto en contexto, el mínimo mensual expresado en dólares en algunos países es así: Argentina 1,184.2 dólares; Venezuela 707.4, Uruguay 619.7, Brasil 435.6, Chile 419.0, Perú 269.1; en México el mínimo es de 175.5 dólares mensuales. Así, en Argentina es 575 por ciento más alto que el pagado aquí. En Noruega y Luxemburgo se pagan los salarios mínimos más altos del mundo: 3 mil 840 y 3 mil dólares mensuales (21 y 17 veces más altos que los mexicanos), respectivamente. Y las cosas empeoran. Entre 2005 y 2013, el número de personas que perciben menos de 10 mil pesos mensuales aumentó en 21 por ciento; actualmente el 92 por ciento de los trabajadores se hallan en tal situación. Según el INEGI, entre 2012 y 2014 el número de pobres aumentó en dos millones: un millón por año, y según el investigador Julio Boltvinik, el total rebasó ya los cien millones. Hoy el 60 por ciento de la población ocupada sobrevive en el sector informal. Como consecuencia de todo lo anterior, la demanda representada por el mercado interno se deprime cada día más.

Como salida al problema se ha buscado colocar la producción en el mercado externo, adoptando el modelo de economía exportadora. El pasado 3 de octubre, en Puerto Vallarta, Jalisco, refiriéndose al peso de las exportaciones en el crecimiento económico, el presidente Peña Nieto dio a conocer que éstas representan el 63 por ciento del Producto Interno Bruto, casi dos tercios, con lo que prácticamente sólo una tercera parte es consumida en el mercado doméstico.

Y conste que aquí hablamos sólo de cantidades exportadas, pues hacia el extranjero va lo mejor de la producción, por ejemplo en frutas y verduras, quedando para el mercado interno lo de más baja calidad. Sin embargo, el mercado externo no puede absorber todo el cúmulo de mercancías que la economía es capaz de generar, pues no está a disposición sólo de nuestra producción; todos los países buscan colocar en él sus excesos productivos, y a veces, como nosotros, lo principal de la producción, y los más competitivos desplazan con sus bajos precios a nuestros productos. Todos los países que aplican el modelo exportador chocan unos con otros en la búsqueda de la solución externa para colocar una creciente producción de mercancías y ninguno desea sacrificarse en beneficio de otros; así, el mercado externo se va agotando y poco a poco deja de ser solución efectiva que jale la economía; su creciente saturación va limitando el margen de acción y la eficacia del mercado externo, agotando el modelo exportador, por más subterfugios que para “estimularlo” se apliquen, y frenando paulatinamente la capacidad de crecer de las economías.

Además de reducir el mercado interno, al traducirse en niveles cada vez más altos de delincuencia e inseguridad, la pobreza empuja a la alza los costos de transacción, como la protección de la propiedad: cada día más empresas padecen robos de vehículos, mercancías, cosechas, dinero, instalaciones metálicas, etc. Sufren además asaltos y secuestros de propietarios o directivos, muchos de los cuales se ven forzados a abandonar zonas rurales, emigrar a las ciudades o establecer sus residencias y familias en los Estados Unidos. México es en nuestros tiempos uno de los países con el más alto número de secuestros. Han aumentado por la misma razón la instalación de alarmas, cámaras, alambradas, etc., así como la vigilancia en carreteras a camiones de carga y el blindaje de automóviles; en esto último, en el continente, junto con Brasil y Estados Unidos, México es uno de los principales países. Todo lo anterior eleva costos y daño económico. La delincuencia, pues, siendo efecto de la pobreza, deviene causa de freno al crecimiento.


Finalmente, a tales extremos se está llevando el empobrecimiento; tanto se está concentrando la riqueza y ahondando la brecha del ingreso, que la irritación social aumenta, y con ello el riesgo de estallidos de mayor alcance. Lamentablemente los magnates empresariales y su gobierno, así como los políticos, intelectuales y periodistas a su servicio parecieran padecer autismo al ignorar o desoír los reclamos sociales de obras de servicios públicos básicos, vivienda, empleo, mejora salarial, etc., y acusan de exagerados a quienes advierten la gravedad del aumento en la pobreza y sus peligrosas secuelas. Consideran que basta con negar el problema para que desaparezca. Tal actitud de indiferencia tiene su causa objetiva en los intereses del gran capital, cuya razón de ser, obsesiva y enloquecedora, es acumular la máxima ganancia en el menor tiempo posible. Los grandes empresarios razonan, como advertía Keynes: al fin y al cabo en el largo plazo todos estaremos muertos. Luis XV dijo: Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio). Así, la demencia en la acumulación no permite razonar en las consecuencias que ésta entraña; la ley de la acumulación, característica inmanente de la economía de mercado, se impone inexorablemente con rigurosa frialdad por encima de las mentes, de la lógica elemental y el propio espíritu de sobrevivencia de la economía de mercado, convirtiéndose en su gran amenaza en forma de un creciente encono social. El capital tiende de manera irremisible hacia su concentración sin que poder humano ni razón alguna puedan impedirlo, ni siquiera moderarlo. Es urgente, por tanto, fortalecer el mercado interno y reducir nuestra dependencia de la demanda exterior a un nivel más racional; debemos pensar más en nuestra sociedad al producir, cambiar los paradigmas, como suele decirse: producir para satisfacer necesidades sociales más que para acumular ganancias, algo que sólo puede lograrse mediante una enérgica política redistributiva en interés de las grandes mayorías afectadas, impulsada por ellas mismas y no concedida graciosamente desde arriba. Los actuales favorecidos por la fortuna no lo harán; a lo sumo pueden simular que distribuyen, mediante ineficaces programas asistenciales, teletones y limosnas públicas o privadas. Y con propagandistas y teóricos a su servicio podrán marear a muchos, pero a la realidad no se la puede engañar, y en el pecado les va la penitencia.

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