Líneas
Por: José Ma. Narváez Ramírez
Bueno, en aquellos años de medio
siglo atrás, en Santiago Ixcuintla, la llegada de las posadas era motivo de
especial alegría porque (como ahora) coincidía con el lapso de vacaciones
decembrinas, el cobro del aguinaldo y un mes de salario -en la mayoría de los
casos- y había suficiente tiempo libre para dedicarlo a hacer los preparativos
para convertir las fiestas de fin de año, en la parte medular de una población
bullanguera –por no decir mitotera- muy dada a la diversión, al fandango y a
ponerle todas las ganas a este tipo de festejos en honor del Nacimiento del
Niño Dios; ahora son muchas las celebraciones y empiezan desde antes de las
acostumbradas fechas, pero sin darle mucha importancia a las tradiciones, como
lo son los cantos de los peregrinos –de adentro y de afuera- la quebrada de la
piñata con confites y canelones y otras costumbres regionales, ahora se trata
de asegurar “el chúpe” y los regalos…
Íbamos,
los chamacos de aquél tiempo al rosario en la iglesia, a soplar los silbatos de
distinta confección, entre misterio y misterio, pero traviesos como todos los
niños de esa edad, nos castigaban (hacían bulling don Toño el sacristán y sus
ayudantes, repartiendo velazos en la cabeza de los transgresores de las reglas
religiosas). Eran fuertes los cocolazos y algunas veces se les pasaba la mano y
hacían llorar a los chavos, que se salían gimoteando del templo para ir a su
casa a dar la queja… Solamente que “pegaban en borra” porque los jefes les
daban la razón a los “energúmenos” ayudantes del señor cura Siordia. En aquel
tiempo los “niños cantores” más destacados en el coro de la iglesia, eran Juan
Medina, Pepe Villar, Roberto “El Miópe”Arce y Vico Topete… -de los que registra
la memoria-; había un grupo de monaguillos (mejor dicho “diablillos”) integrado
por Javier “El Mudo” Parada, Marco Antonio Martínez “El Piduda” –que parecía un
cirial más, por su altura-, Justo Rosales, Abel Hernández, “El Vico” Flores y
un servidor, que a la hora de la comunión les propinaba un ligero toque en la
garganta con la charolilla que se utilizaba para recibir la sagrada hostia…
Santa regañada que me puso don Deme cuando descubrió mi trampa… no volví a
hacerlo…
Ya
de jóvenes (estudiantes) que en esos días regresábamos de las universidades,
colegios, politécnicos y diversas instituciones de enseñanza, de las que
todavía carecíamos en la provincia, veníamos “hambrientos” de diversión, ávidos
de convivir con los seres queridos, de revivir los momentos dulces y románticos
al volver con la novia o de reanudar la conquista de una nueva dama hermosa (de
las que abundan por estas tierras calientes y polvorientas, como sus banquetas)
que cayera en nuestras redes… tal vez para toda la vida… o quizá solamente para
disfrutar juntos la etapa navideña… Dios diría…
La
primer posada era el día 16 de diciembre, y la mayoría de estos festejos se celebraban
con bombo y platillo, en el Casino de Santiago, que regenteaba el gran señorón don
Manuel Robles Sánchez, muy estimado en Nayarit por la forma de organizar los
saraos y las justas deportivas, que eran destacadas y famosas en todo el estado
porque se contrataban orquestas de renombre que alternaban con la muy
santiaguera de los Hermanos Altamirano, la mayoría jaleños, pero ya radicados
en nuestra población, que se destacaba por el mote de Costa de Oro, porque
aquellos días corrían los billetes “como arroz”, gracias a las óptimas cosechas
de tabaco. Hoy –como dice la canción- “sólo me queda un chisguete”… Y en el
béisbol y basquetbol, no tenían rival al frente…
Pero
también se hacían posadas caseras en los
barrios del centro tabaquero -como decían en la XESI, que iniciaba su exitoso desarrollo
comercial comandada por don Julio Mondragón, “El Caballero del Micrófono”-. Las
que fueron cobrando fama fueron las de la gallina y la del puerco (lechón)
robados, que consistían en que los animales fueran auténticamente sacados del
corral o chiquero ajenos, y entregados a la novia o agraciada damita amiga,
para que fuera preparada en su casa y llevada a la posada en calidad de vianda
que cenaría en unión de su novio o sus amigos. La música era tocada por el “tuestadiscos”
casero (de aquellos grandes de 33 y media revoluciones), y los demás confites
–junto con la piñata y el alcohol- se arrimaban como se podía… Lo que importaba
era la reunión, donde imperaban la alegría, el baile y la franca diversión sana…
y la bohemia…
En
estos bailes que nacieron hace más de cincuenta años, se formaron los grandes
amores que hoy celebran sus Bodas de Oro en la misma parroquia del Señor de la Ascensión donde la
mayoría se desposaron y en ella se casaron sus propios hijos…
Ya la banda
de música de los Jalas queda entre los mejores recuerdos del pasado santiagueño,
a un lado de las celebraciones de las Fiestas de Mayo con sus Rompimientos y
sus Exposiciones Comerciales, Agrícolas y
Ganaderas, sus bellas reinas y los Juegos Florales, que hicieron época
en la pespelaca Alameda, adonde se trasladó este tradicional festejo en tiempos
de don Alfredo Grimm Curiel… cuando fue primer edil… Pero de esto seguiremos
comentando en nuestra próxima entrega… Control… Señores… Control… si la memoria
nos acompaña y no nos traiciona…