martes, 10 de diciembre de 2013

VIVENCIAS DE UNA COSTEÑA SANTIAGOIXCUINTLENSE.

Por: Emeria Navarro Narváez.

(-1- Séptima parte)
Corría el año de 1965, como todos los veranos, los poblados de ambas márgenes del río Santiago, se inundaron. El caso es que de inmediato las enfermeras fuimos distribuidas en helicópteros en las diferentes comunidades afectadas. La pasante de enfermería Silvia Margarita Gómez Domínguez y yo, fuimos comisionadas para  auxiliar a las comunidades de La Goma y La Culebra del municipio de San Blas. Estas poblaciones rurales quedaron como islas con sus habitantes a expensas de sobrevivir sin agua potable, sin alimentos suficientes, soportando las picaduras de insectos y animales ponzoñosos, aguantando el calor de la canícula de agosto.

Las dos jóvenes enfermeras, éramos el único apoyo que la Secretaría de Salud ofrecía a los damnificados –escaseaban los médicos- nos proveían de un maletín y una caja con los medicamentos más indispensables, guiándonos por un cuadro básico. La mayor parte de las casas y calles estaban inundadas, el consultorio estaba en la escuela y nos transportaban en canoas.-Dormíamos en un tapanco en donde más de una vez nos despertó el ruido de un alacrán desplazándose en las vigas que estaban frente a nuestras cabezas.
Atendimos a niños y adultos con problemas de deshidratación, diarreas, bronquitis, otitis media supurada, diferentes dermatosis, amenazas de aborto, y hasta uno que otro parto que no nos dio tiempo de atenderlos en condiciones más higiénicas. Yo le decía a Silvia Margarita: ¡Ojalá no deje de pasar el helicóptero para que se lleve a los enfermos que se nos pongan graves…! No teníamos radio, ni teléfono, ni imaginábamos que existirían los celulares y las computadoras de ahora. Silvia Margarita nunca había vivido en el medio rural, y menos en esas condiciones. Ella demostró entereza ante las circunstancias, hasta se le hacía sabroso el atole que una pariente mía nos daba todas las tardes. Le sorprendió bañarse a jicarazos, con agua fría y a la intemperie. El capitán Núñez se enamoró de la pasante de enfermería Esperanza Gómez y eso lo motivó para que recorriera personalmente  las comunidades, llevando despensas y otras cosas indispensables. También había comunicación mediante lanchas que recorrían el río Santiago retando a las fuertes corrientes y sorteando el peligro de chocar contra troncones y otros objetos que eran arrastrados por el impetuoso fluido. Cuando regresamos de esta emocionante misión, volvimos más morenas y con el carácter más templado por haber tenido bajo nuestra responsabilidad la salud personal y pública de las comunidades que atendimos.
Una brigada de personal de salubridad de la Jurisdicción de Tuxpan Nayarit, se dirigía a una ranchería a vacunar. Entre éstas persona iba la enfermera María Elena Ramos. A medio camino, el conductor del  vehículo permitió que a éste se subiera un cazador quien colocó su escopeta debajo del asiento del jeep, de repente esta arma se descargó y casi le destrozó un pie a la mencionada enfermera. Estuvieron a punto de amputarle la extremidad afectada pero a base de muchas intervenciones quirúrgicas y ejercicios de rehabilitación, lograron reconstruirla y hacer que funcionara después de mucho esfuerzo de parte de María Elena. Desde entonces ordenaron que en los vehículos oficiales viajara solamente el personal. Esto viene a colación, porque una de las estrategias de vacunación fue que en un solo día se vacunara completamente una jurisdicción sanitaria por lo que todo el personal de enfermería de salubridad de todo el Estado, nos concentráramos para vacunar en el área objetivo.
Sucedió que después de vacunar en Milpas Viejas municipio de Tecuala, Nayarit, nos dirigíamos a otro poblado cuando en el camino, nos pidió un aventón un señor de avanzada edad que se veía fatigado cargando un costal de elotes. Con todo y pena Don Mariano le dijo que tenía prohibido subir al vehículo a personas ajenas a la secretaría. Llegando al siguiente caserío, logramos vacunar algunos niños, como era hora de comer, una señora que estaba torteando muy amable nos invitó a degustar unos frijoles recién cocidos y un guisado de tortuga de río. Estábamos en pleno comelitón, cuando llegó un señor que se veía muy cansado y nos dijo ¡provecho! muy amablemente. Deseamos que la tierra nos tragara porque se trataba del mismo señor que nos pidió aventón resultando que era el esposo de la señora anfitriona y dueños de esa casa.
En la revista “Salud Pública de México” la más prestigiada en su género a nivel nacional en esa época, (15) fue publicado un informe que hicimos el Dr. David Trejo y yo, titulado “Brote epidémico de hepatitis infecciosa en Tepic Nayarit” que en síntesis decía: El 8 de junio de 1970 acudió al Centro de Salud “Juan Escutia” de Tepic, una paciente de 40 años de edad, con domicilio en la zona suburbana. Informó la paciente haber visitado a un vecino, enfermo con las mismas características clínicas. Se solicitó a la sección de Enfermería Sanitaria hiciera una investigación domiciliaria y se encontró la siguiente situación: “una habitación colectiva para cuatro familias en franco hacinamiento, sin disponibilidad de agua entubada, que se surten de una noria a cielo abierto sin ninguna protección, ubicada dentro del predio a tres metros del pozo negro destinado a la eliminación de excretas humanas”. En esa misma vivienda se registraron tres casos más de la enfermedad.

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