Por: Emeria Navarro Narváez.
(-1- Séptima parte)
Corría el año de 1965,
como todos los veranos, los poblados de ambas márgenes del río Santiago, se
inundaron. El caso es que de inmediato las enfermeras fuimos distribuidas en
helicópteros en las diferentes comunidades afectadas. La pasante de enfermería
Silvia Margarita Gómez Domínguez y yo, fuimos comisionadas para auxiliar a las comunidades de La Goma y La Culebra del municipio de
San Blas. Estas poblaciones rurales quedaron como islas con sus habitantes a
expensas de sobrevivir sin agua potable, sin alimentos suficientes, soportando
las picaduras de insectos y animales ponzoñosos, aguantando el calor de la
canícula de agosto.
Las dos jóvenes
enfermeras, éramos el único apoyo que la Secretaría de Salud ofrecía a los damnificados
–escaseaban los médicos- nos proveían de un maletín y una caja con los
medicamentos más indispensables, guiándonos por un cuadro básico. La mayor
parte de las casas y calles estaban inundadas, el consultorio estaba en la
escuela y nos transportaban en canoas.-Dormíamos en un tapanco en donde más de
una vez nos despertó el ruido de un alacrán desplazándose en las vigas que
estaban frente a nuestras cabezas.
Atendimos a niños y
adultos con problemas de deshidratación, diarreas, bronquitis, otitis media
supurada, diferentes dermatosis, amenazas de aborto, y hasta uno que otro parto
que no nos dio tiempo de atenderlos en condiciones más higiénicas. Yo le decía
a Silvia Margarita: ¡Ojalá no deje de pasar el helicóptero para que se lleve a
los enfermos que se nos pongan graves…! No teníamos radio, ni teléfono, ni
imaginábamos que existirían los celulares y las computadoras de ahora. Silvia
Margarita nunca había vivido en el medio rural, y menos en esas condiciones. Ella
demostró entereza ante las circunstancias, hasta se le hacía sabroso el atole
que una pariente mía nos daba todas las tardes. Le sorprendió bañarse a
jicarazos, con agua fría y a la intemperie. El capitán Núñez se enamoró de la
pasante de enfermería Esperanza Gómez y eso lo motivó para que recorriera
personalmente las comunidades, llevando
despensas y otras cosas indispensables. También había comunicación mediante
lanchas que recorrían el río Santiago retando a las fuertes corrientes y
sorteando el peligro de chocar contra troncones y otros objetos que eran
arrastrados por el impetuoso fluido. Cuando regresamos de esta emocionante
misión, volvimos más morenas y con el carácter más templado por haber tenido
bajo nuestra responsabilidad la salud personal y pública de las comunidades que
atendimos.
Una brigada de
personal de salubridad de la
Jurisdicción de Tuxpan Nayarit, se dirigía a una ranchería a
vacunar. Entre éstas persona iba la enfermera María Elena Ramos. A medio
camino, el conductor del vehículo
permitió que a éste se subiera un cazador quien colocó su escopeta debajo del
asiento del jeep, de repente esta arma se descargó y casi le destrozó un pie a
la mencionada enfermera. Estuvieron a punto de amputarle la extremidad afectada
pero a base de muchas intervenciones quirúrgicas y ejercicios de
rehabilitación, lograron reconstruirla y hacer que funcionara después de mucho
esfuerzo de parte de María Elena. Desde entonces ordenaron que en los vehículos
oficiales viajara solamente el personal. Esto viene a colación, porque una de
las estrategias de vacunación fue que en un solo día se vacunara completamente
una jurisdicción sanitaria por lo que todo el personal de enfermería de
salubridad de todo el Estado, nos concentráramos para vacunar en el área
objetivo.
Sucedió que después de
vacunar en Milpas Viejas municipio de Tecuala, Nayarit, nos dirigíamos a otro
poblado cuando en el camino, nos pidió un aventón un señor de avanzada edad que
se veía fatigado cargando un costal de elotes. Con todo y pena Don Mariano le
dijo que tenía prohibido subir al vehículo a personas ajenas a la secretaría.
Llegando al siguiente caserío, logramos vacunar algunos niños, como era hora de
comer, una señora que estaba torteando muy amable nos invitó a degustar unos
frijoles recién cocidos y un guisado de tortuga de río. Estábamos en pleno
comelitón, cuando llegó un señor que se veía muy cansado y nos dijo ¡provecho!
muy amablemente. Deseamos que la tierra nos tragara porque se trataba del mismo
señor que nos pidió aventón resultando que era el esposo de la señora
anfitriona y dueños de esa casa.
En la revista “Salud
Pública de México” la más prestigiada en su género a nivel nacional en esa
época, (15) fue publicado un informe que hicimos el Dr. David Trejo y yo,
titulado “Brote epidémico de hepatitis infecciosa en Tepic Nayarit” que en
síntesis decía: El 8 de junio de 1970 acudió al Centro de Salud “Juan Escutia”
de Tepic, una paciente de 40 años de edad, con domicilio en la zona suburbana.
Informó la paciente haber visitado a un vecino, enfermo con las mismas
características clínicas. Se solicitó a la sección de Enfermería Sanitaria
hiciera una investigación domiciliaria y se encontró la siguiente situación: “una
habitación colectiva para cuatro familias en franco hacinamiento, sin
disponibilidad de agua entubada, que se surten de una noria a cielo abierto sin
ninguna protección, ubicada dentro del predio a tres metros del pozo negro
destinado a la eliminación de excretas humanas”. En esa misma vivienda se registraron
tres casos más de la enfermedad.
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