Líneas
Por: José Ma. Narváez Ramírez
Por allá en un rincón de la
casa, estaban archivados los recuerdos de mi madre, como jugando a las
escondidillas pero en forma ordenada, siempre dispuestos a aparecer en las
pláticas de sobremesa que ahora eran interrumpidas por las telenovelas de la
caja idiota.
Afortunadamente
a ella no le interesaban los “casos de la vida real” que en forma repetitiva
eran representados por artistas mediocres que se destacaban por gritar y por
enseñar sus partes pudendas en cada una de los “teleculebrones” que sobresalían
por sus títulos pasionales –que no apasionantes-.
A
ella le gustaba platicar –y ser escuchada y cuestionada- a la hora en que
afloraban las conversaciones familiares, cuando todos nos reuníamos alrededor
de los recuerdos que se desfloraban después de saborear los guisos culinarios
que preparaba con tanto esmero y arte, nuestra progenitora.
La
plática versaba principalmente en los tiempos en que nuestros padres se
conocieron, cómo fue creciendo el cariño que una vez los unió para no
separarlos hasta la llegada de la partida de uno de ellos. Toda una vida que
comenzaba y se despedía en el lapso de unos recuerdos revividos.
Eran
los mismos cada vez que los traía al presente, pero evocados con la misma calidez
que ella sentía y reflejaba en el brillo de sus hermosos ojos. ¡Con qué
vivacidad y ternura describía la espera y el nacimiento de cada uno de sus
hijos!
En
los respaldos de las sillas acomodadas alrededor de la mesa del comedor,
aparecían los nombres de cada uno de los integrantes de la familia, que habían
sido pirograbados por “el jefe” cuando compró este equipo y estampó las “incipientes
quemazones” en todo lo que era de madera y de cuero, porque a la tagarnia que
utilizaba colgada de su hombro en horas de trabajo para llevar sus cosas,
también le dibujó a fuego letreros y paisajes que solamente él interpretaba
–nos decía riendo, mi madre-.
En
tiempos cercanos a la Navidad ,
las remembranzas se desgranaban en tropel inundando la casa de gratos recuerdos,
que parecían haberse quedado impresos entre las paredes de la vieja
construcción de muros de más de un metro de anchas levantados en adobe, y tejas
montadas en vigas llaneras, que databa del siglo antepasado y ahora era posada
de 15 cuartos, -7 abajo y 8 arriba- dotados de amplios corredores, de siempre
bien trapeados, en los que colgaban varias hamacas, y un enjambre de pajarillos
de distintas clases, dispuestos en pequeñas jaulas que servían de nidos y de
foros en donde entonaban sus alegres cantos. Había un enorme y frondoso árbol
de agualama en el centro del patio del edificio. Éste había servido de
caballeriza cuando vivió nuestro abuelo don José María y manejaba una fábrica
de cigarrillos en la parte baja de las habitaciones que se usaron originalmente,
cerca de la escalera usada para subir y bajar al segundo piso. La abuela
Teodorita era –como las señoras de antes- el ama de casa; al morir su marido le
cambio de giro y puso el hotel, que la transformó en una de las primeras
mujeres de la industria sin chimeneas.
Las
anécdotas se sucedían despertando las sonrisas de mis asombrados hermanos, que
las escuchaban arrobados en la timbrada y quejumbrosa voz de nuestra
progenitora doña Beatriz, y poco a poco se iban dando cuenta de sus primeros
pasos en aquella gran casona que a un costado de la iglesia del Señor de la Ascensión , se levantaba
en el corazón de Santiago Ixcuintla, en las esquinas de las calles Allende,
Callejón de la Parroquia
y Juárez.
Nunca
se terminaban las historias que nuestra madre nos contaba con amoroso tono que
alentaba la natural curiosidad de aquellos niños que se encantaban con las
narraciones de sus propias vidas, y de las que tal vez no se acordaban del todo
pero al escucharlas, parecían revivirlas nuevamente.
Había
pasajes en que las inundaciones del traicionero Río Santiago eran las
protagonistas principales, en otras las Fiestas del Señor de la Ascensión , que se
celebraban en el atrio de la
Iglesia y en el jardín del pueblo, nos transportaban a otras
dimensiones imaginarias pero emocionantes, como si las estuviéramos viviendo
otra vez.
Pero…
Control… Señores… Control… Dejemos un rato este rinconcito de recuerdos de mi
madre, para volver en otra ocasión a evocarlo…
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