domingo, 7 de diciembre de 2014

Regalos del cielo costeño

Líneas
Por: José Ma. Narváez Ramírez


Bueno, en aquellos años de medio siglo atrás, en Santiago Ixcuintla, la llegada de las posadas era motivo de especial alegría porque (como ahora) coincidía con el lapso de vacaciones decembrinas, el cobro del aguinaldo y un mes de salario -en la mayoría de los casos- y había suficiente tiempo libre para dedicarlo a hacer los preparativos para convertir las fiestas de fin de año, en la parte medular de una población bullanguera –por no decir mitotera- muy dada a la diversión, al fandango y a ponerle todas las ganas a este tipo de festejos en honor del Nacimiento del Niño Dios; ahora son muchas las celebraciones y empiezan desde antes de las acostumbradas fechas, pero sin darle mucha importancia a las tradiciones, como lo son los cantos de los peregrinos –de adentro y de afuera- la quebrada de la piñata con confites y canelones y otras costumbres regionales, ahora se trata de asegurar “el chúpe” y los regalos…
         Íbamos, los chamacos de aquél tiempo al rosario en la iglesia, a soplar los silbatos de distinta confección, entre misterio y misterio, pero traviesos como todos los niños de esa edad, nos castigaban (hacían bulling don Toño el sacristán y sus ayudantes, repartiendo velazos en la cabeza de los transgresores de las reglas religiosas). Eran fuertes los cocolazos y algunas veces se les pasaba la mano y hacían llorar a los chavos, que se salían gimoteando del templo para ir a su casa a dar la queja… Solamente que “pegaban en borra” porque los jefes les daban la razón a los “energúmenos” ayudantes del señor cura Siordia. En aquel tiempo los “niños cantores” más destacados en el coro de la iglesia, eran Juan Medina, Pepe Villar, Roberto “El Miópe”Arce y Vico Topete… -de los que registra la memoria-; había un grupo de monaguillos (mejor dicho “diablillos”) integrado por Javier “El Mudo” Parada, Marco Antonio Martínez “El Piduda” –que parecía un cirial más, por su altura-, Justo Rosales, Abel Hernández, “El Vico” Flores y un servidor, que a la hora de la comunión les propinaba un ligero toque en la garganta con la charolilla que se utilizaba para recibir la sagrada hostia… Santa regañada que me puso don Deme cuando descubrió mi trampa… no volví a hacerlo…   
Ya de jóvenes (estudiantes) que en esos días regresábamos de las universidades, colegios, politécnicos y diversas instituciones de enseñanza, de las que todavía carecíamos en la provincia, veníamos “hambrientos” de diversión, ávidos de convivir con los seres queridos, de revivir los momentos dulces y románticos al volver con la novia o de reanudar la conquista de una nueva dama hermosa (de las que abundan por estas tierras calientes y polvorientas, como sus banquetas) que cayera en nuestras redes… tal vez para toda la vida… o quizá solamente para disfrutar juntos la etapa navideña… Dios diría…
La primer posada era el día 16 de diciembre, y la mayoría de estos festejos se celebraban con bombo y platillo, en el Casino de Santiago, que regenteaba el gran señorón don Manuel Robles Sánchez, muy estimado en Nayarit por la forma de organizar los saraos y las justas deportivas, que eran destacadas y famosas en todo el estado porque se contrataban orquestas de renombre que alternaban con la muy santiaguera de los Hermanos Altamirano, la mayoría jaleños, pero ya radicados en nuestra población, que se destacaba por el mote de Costa de Oro, porque aquellos días corrían los billetes “como arroz”, gracias a las óptimas cosechas de tabaco. Hoy –como dice la canción- “sólo me queda un chisguete”… Y en el béisbol y basquetbol, no tenían rival al frente…
Pero también se hacían  posadas caseras en los barrios del centro tabaquero -como decían en la XESI, que iniciaba su exitoso desarrollo comercial comandada por don Julio Mondragón, “El Caballero del Micrófono”-. Las que fueron cobrando fama fueron las de la gallina y la del puerco (lechón) robados, que consistían en que los animales fueran auténticamente sacados del corral o chiquero ajenos, y entregados a la novia o agraciada damita amiga, para que fuera preparada en su casa y llevada a la posada en calidad de vianda que cenaría en unión de su novio o sus amigos. La música era tocada por el “tuestadiscos” casero (de aquellos grandes de 33 y media revoluciones), y los demás confites –junto con la piñata y el alcohol- se arrimaban como se podía… Lo que importaba era la reunión, donde imperaban la alegría, el baile y la franca diversión sana… y la bohemia…
En estos bailes que nacieron hace más de cincuenta años, se formaron los grandes amores que hoy celebran sus Bodas de Oro en la misma parroquia del Señor de la Ascensión donde la mayoría se desposaron y en ella se casaron sus propios hijos…
Ya la banda de música de los Jalas queda entre los mejores recuerdos del pasado santiagueño, a un lado de las celebraciones de las Fiestas de Mayo con sus Rompimientos y sus Exposiciones Comerciales, Agrícolas y  Ganaderas, sus bellas reinas y los Juegos Florales, que hicieron época en la pespelaca Alameda, adonde se trasladó este tradicional festejo en tiempos de don Alfredo Grimm Curiel… cuando fue primer edil… Pero de esto seguiremos comentando en nuestra próxima entrega… Control… Señores… Control… si la memoria nos acompaña y no nos traiciona… 

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