Por: Emeria Navarro Narváez.
En el 2004, la invención de Luis Ernesto Miramontes
fue elegida como la vigésima más importante de todos los tiempos. Esta elección
fue organizada por SCENT, una iniciativa de The Enginnering Technology Board
del Reino Unido.
En 1994 la Secretaría de Salud le
reconoce su aportación científica al impulsar el Programa Nacional de
Planificación Familiar en México.
En el 2009 la facultad de Química de la UNAM lo reconoce como el
egresado más sobresaliente de todos los tiempos. Luis Ernesto Miramontes es
junto con Andrés Manuel del Río –descubridor del vanadio- y Mario Molina
–Premio Nobel de Química 1995- uno de los tres químicos mexicanos de mayor
trascendencia mundial. EL Estado de Nayarit le otorgó la presea Amado Nervo en
1988 y el Instituto Tecnológico de Tepic, un reconocimiento académico.
Para el hijo del científico, Octavio Miramontes, quien
se desempeña como investigador del Instituto de Física de la UNAM , habló de su padre en el
sentido que su obra es más reconocida en el extranjero que en su propio país:
“Esta situación se ha dado porque México es una nación conservadora y
predominantemente católica, y por eso el uso de la píldora anticonceptiva,
choca de manera frontal, con los valores y creencias de muchas personas y con
lo que pregona la iglesia. Esto no sucede en naciones desarrolladas en las que
la píldora que se aceptó plenamente, utilizó y valoró este desarrollo y se le
considere desde un principio una aportación de gran trascendencia.”
Entre paréntesis opino que esto influyó para
que en su tiempo no le dieran el Premio Nobel a Luis Ernesto Miramontes.
Octavio
Miramontes rememoró: “Mi padre tuvo la inquietud de ser inventor, probablemente
por la influencia de su tía María Dolores Cárdenas Aréchiga, que era maestra
rural y con quien pasaba largas temporadas en su natal Nayarit”. “Era un hombre
que legó a sus 10 hijos un valor fundamental: La honestidad, el ejemplo para
seguir adelante a una familia tan grande y proporcionarles educación superior a
todos ellos. También fue una persona generosa y altruista.”
Y yo opino -aquí entre nos- ¡Con razón inventó
la píldora anticonceptiva, casi completa la docena de hijos!
El caso es que no solo revolucionó la investigación
en el campo de la biología de la reproducción humana, además dio origen a los
proyectos para el control de la natalidad, hizo posible la liberación femenina
y cambió para siempre la relación con la pareja. Muchas de las mujeres fértiles
en la segunda mitad del siglo XX reconocemos este hecho trascendental para
nuestro desarrollo, en virtud de que pudimos planificar la llegada de nuestros
hijos, cumplir con nuestras aspiraciones de maternidad sin descuidar nuestro
hogar y desenvolvernos profesionalmente.
Estaba yo
muy tranquila trabajando en la
Clínica de Tórax del Centro de Salud “Juan Escutia” cuando me
hablaron por teléfono de la
Jefatura de los Servicios Coordinados de Salubridad diciéndome que, si me interesaba
asistir a la reunión anual de la Sociedad Mexicana de Salud Pública a efectuarse
en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez Chiapas, me presentara a las 9.30 horas en el
aeropuerto de Tepic; ni tarda ni perezosa realicé los trámites necesarios y
salí rumbo a la ciudad de México D.F. en
compañía de los médicos José Luis Parra y José Talavera además de las
enfermeras Sixta Ramos y Andrea Cuevas. Lo malo era que contábamos con poco
tiempo y en esa época no había mucha comunicación en el sur de la república
mexicana.
De Tepic a
la capital de la república no hubo ningún obstáculo, pero al intentar tomar el
avión con destino a Chiapas, nos encontramos con que se habían agotado todos
los boletos. El único recurso era tomar el avión que saldría al día siguiente
rumbo a Villahermosa Tabasco. Pernoctamos en el hotel Holiday Inn del Aeropuerto
internacional. Llegamos a la capital de Tabasco y después de comer buscamos
salir lo más pronto posible hacia nuestra meta, pero ¡oh sorpresa! no había
lugar en ningún medio de transporte y siendo el mes de noviembre oscurecía
temprano, además nos informaron que ir a Tuxtla Gutiérrez se tenía que
atravesar la “selva negra” y en ese tiempo era frecuente que quienes se
aventuraban a penetrar en ella, eran objeto del ataque de asaltantes asesinos
quienes terminaban cortándoles las cabezas a sus víctimas.
Finalmente
conseguimos a través de las gestiones de la guapa Sixta Ramos, que un taxista
aceptara trasladarnos. En ese tiempo no había autopistas y la carretera por
donde transitábamos se veía sola y a oscuras, cubierta por la espesa
vegetación.
No se veían estaciones de gasolina y escaseaban los poblados en ese
trayecto. Algunas horas después de dejar la comunidad de Bochil el auto empezó
a cascabelear haciendo su marcha poco veloz y trabajosa, hasta que finalmente
se quedó parado; atemorizados bajamos del vehículo teniendo en mente lo que nos
habían contado acerca de la “selva negra”.
El taxista nos dijo que teníamos que
trasladarnos hasta Pichucalco a pie para
él ir a conseguir un mecánico y nosotros cenar y descansar en un lugar seguro.
Me dio la impresión de que Pichucalco no estaba lejos o sería aquello de que “el
miedo no anda en burro”, el caso es que íbamos casi corriendo hasta alcanzar
unas lucecitas que se divisaban a lo lejos. A veces pisábamos charcos que no
eran de agua sino de ¡petróleo! que estaba a flor de tierra. Por fortuna no
pasaron muchas horas cuando llegó el taxista a recogernos para reanudar la
marcha. Llegamos en la madrugada a Tuxtla Gutiérrez y por supuesto no
encontramos alojamiento en ningún hotel, por estar concentrados en esa ciudad
los asistentes al Congreso Nacional, procedentes de lo largo y ancho de nuestro
país. Como último recurso el taxista nos dejó en un hotelucho de mala muerte,
pero aceptábamos o nos quedábamos en la calle.
Las tres enfermeras nos alojamos
en el mismo cuarto y atrancamos la puerta con un pesado tocador de madera
palofierro. Andrea, quien era una compostelense muy guasona nos bromeaba: “Ya
están anunciándonos” “Tenemos tres morenazas importadas de Nayarit, Ayer
Holiday Inn, hoy, Jode in”. Por las dudas, no pegamos los ojos el resto del
tiempo y en cuanto pudimos fuimos a localizar a los socios de Nayarit que
oportunamente estaban asistiendo al congreso. En un hermoso hotel encontramos a
Margarita González Parra y a Lola Bernal quienes consiguieron que anexaran
catres en su habitación para que ahí durmiéramos las enfermeras. Por supuesto
para el regreso fletamos una avioneta que nos dio el privilegio de sobrevolar
El Sumidero y contemplar Montebello ¡Cuánta belleza! En la ciudad de México me
separé del grupo para trasladarme a la ciudad de San Luis Potosí en donde mi
esposo estaba participando en un congreso. En la hermosa San Luis disfrutamos
conociendo edificios como el Teatro de La Paz , ubicado entre estrechas calles de piedras de
rosada cantería. Regresamos a Tepic y agradecimos a mis padres por haber
cuidado a nuestros hijos, como siempre lo hacían cuando yo me ausentaba por
varios días. Ellos disfrutaban mucho del cariño de su mamá Julia porque ella
les hacía todos sus gustos.
En cierta
ocasión en que íbamos a viajar a Quintana Roo nos regresamos de la terminal de
autobuses porque no hubo boletos para salir a Guadalajara y regresamos a casa.
Mi hija Lupita al vernos exclamó: ¿Por qué volvieron tan pronto? ¡Apenas que mamá
Julia y yo queremos hornear unas
gorditas!
(Continuará)