Claudia Isela Hernández
Un domingo familiar, pudo haber terminado en tragedia, lo
mejor es que no pasó y solo fue una horrible experiencia que no
se desea a nadie.
Nuestra familia como siempre preparamos lo necesario para
pasarla bien junto a la familia de unos buenos amigos, incluidos
nuestros hijos, el hermano de mi esposo y dos amigos mas.
La decisión de embarcarnos había sido tomada una noche
antes, puesto que mi marido es pescador y aprovecharíamos la
embarcación pesquera para llevar a nuestros amigos de paseo.
Todo era risa, entre chistes fotografías para recordar la fecha
de reunión y adquirir lo necesario, abordamos "la panga" que
nos llevaría al paseo por mar de San Blas. Luego de comprar
el combustible para zarpar a nuestro rumbo, decidimos visitar
la piedra de la Virgen, a tan solo unos cuantos minutos del
puerto a mar adentro.
Se respiraba tranquilidad, todos sonrientes, ya decidido el
lugar de visita viajamos por el "Estero del pozo" disfrutando de
la belleza natural. Mientras nos hicimos a la mar, los vaciles
continuaron entre nosotros, las risas y fotografías testimoniales,
también.
Poco antes de salir a mar abierto el oleaje se observaba
anormal, el mar no estaba como siempre y tuve una sensación
extraña y poco común de que algo pasaría, por lo que le
comenté a mi esposo mejor regresar hacia otro lugar que no
fuera a mar abierto. Sin embargo me contesto que nada
pasaría y seguimos nuestro camino.
A menos de la mitad del trayecto, el oleaje estaba atrevido y
empezó a llenar un poco la embarcación de agua, ya después de
mi insistencia por regresar a tierra, retornamos.
Desafortunadamente nuestro peso y las olas superaron todo
positivismo e inició lo peor.
Los rostros de desconcierto de todos a bordo no
se hicieron esperar, sabían que algo no estaba bien y podía
pasar lo peor.
Por su parte el chofer del motor (mi cónyuge), hacía el intento
por llegar cerca del espigón de rocas donde el oleaje se
aminora para escapar de la fuerza del mar, mientras tanto el
agua no cedía de llenar todo a nuestro alrededor.
Mis hijas gemelas de tan solo cinco años de edad, empezaron a
ver la tragedia que nos rodeaba y gritaban desesperadas que
iban morir ahogadas; algunos trataron de calmarlas, mientras
el mayor de mis hijos de 12 años, empezó a sacar agua de la
embarcación para aminorar el peso. Para entonces ya
intentaba insistentemente comunicarme a la Sexta Zona Naval
para pedir ayuda, en tanto el nivel del agua subía casi a la
mitad del buque, incontenible. Jamas pude realizar la llamada,
nunca hubo señal para hacerlo, todo fue en vano.
Luego, ya en la entrada al puerto, vimos con horror que las olas
nos hundían inevitablemente y la embarcación cedió ante el
mar traicionero. Sentimos que posiblemente era el fin de
nuestras vidas en ese lugar.
La barca dio un giro mientras las olas nos cubrían a todos,
alejándonos de donde podíamos asirnos de algo que nos
mantuviera flotando. Las niñas que a su corta edad no saben
nadar aun, eran mi pendiente latente, una de ellas fue tomada
del brazo de uno de los amigos adultos que tampoco sabe nadar
y por ende la dejó en manos de mi cuñado.
Luego él, se la dio a mi esposo y Yo tome a la otra para que no
se ahogara.
El peor error que tuvimos, fue viajar sin chalecos salvavidas,
que pudieron haber mantenido a flote a menores y a adultos
que no nadan, con mas tranquilidad.
Ya en el momento crítico, lo mejor era mantener la calma y
hacer lo mas inteligente posible para salvar la vida.
Sabía que no iba a mantenerme así flotando con mi hija por
mucho tiempo ya que el oleaje llegaba hasta nosotros haciendo
que tragáramos agua con gasolina, la que ya salía de la vejiga
que subsistía el motor fuera de borda, que ya se había ido a
pique desde el principio.
Observamos la vejiga como tabla de salvación, pero mi esposo
nos indicó que la dejáramos ir porque el combustible nos
quemaría la piel.
Decepcionados vimos que se alejaba de ahí, mis amigos se
acercaron al pequeño espacio de panga, que salía del mar, la
hija de la pareja y su mamá estaban juntas, esta ultima fue
ayudada por otro de mi hijo de 11 años a respirar fuera del
agua, ya que tampoco ella sabe nadar. Su esposo cerca de ellas,
pero preocupado también por su hijo joven que no se veía,
tampoco observábamos al amigo de éste.
Ellos intentaban nadar hasta la escollera cercana para pedir
auxilio; pues quedaron lejos de los demás, el amigo pudo llegar,
pero su hijo quedó a la mitad del camino.
En tanto observé otro bidón que contenía algo de agua en su
interior, dejé a mi hija con su hermano mayor en el espacio de
embarcación para nadar hacia el recipiente, luego, nadé por mi
otra hija que del cuello no soltaba a su papá y coloque a las dos
aferrándolas a esa esperanza de vida, indicándoles que por nada
debían soltarse, Yo las abrazaba con el plástico que fue su
salvación mientras nos rescataron, aunque la gasolina regada
en el agua nos quemaba ya.
Controlada la situación y aceptando la realidad, empezamos a
pedir fuertemente auxilio, sin embargo nadie parecía
escucharnos. En eso pasaba una lancha con pescadores que
salían a la mar y les hablamos para que nos ayudaran, pero
momentáneamente no oyeron nuestros gritos.
Mi hijo mayor subió al reducido espacio de bote, para ser visto
por ellos y entonces fueron hacia donde nos encontrábamos. El
fuerte oleaje y algunas redes que estaban en la barca, impedía
que se acercaran, pues también corrían peligro, ya entonces el
otro joven que llegó a la escollera había dado aviso de lo
ocurrido y los jóvenes surfos salvavidas, ya iban a nuestro
encuentro con su tablas para ayudarnos.
Otra embarcación de un prestador de servicios turísticos
regresaba de paseo, también se acercó a auxiliar, precisamente
rescató al hijo de nuestros amigo que se había rendido de nadar
contra corriente, estaba exhausto y por poco se ahoga.
Ya mas cerca la embarcación de auxilio, pase a mis hijas con
ellos, mis hijos también subieron junto a la hija de mis amigos,
mi esposo y mi cuñado ya habían sido rescatados en otra barca
y entonces pude ayudar a los tres amigos que estaban cerca.
Lanzaron dos chalecos salvavidas de la embarcación de
servicios turísticos, los coloqué a quienes no saben nadar y en
eso llegaron los jóvenes surfos al rescate, quienes exponiéndose,
con sus tablas permitieron que sintieran mayor seguridad
tomado las tablas.
Otros dos pescadores en su panga hacían
intento por subir a mis amigos pero las olas no permitían
maniobrar, con trabajo lo lograron y al final entonces subí.
Llevaron a revisión minuciosa a nuestros hijos, al centro de
salud local, el joven cansado de nadar fue hospitalizado unos
minutos con suero y oxigeno, pero estaba bien.
Mis hijos tranquilos y las niñas ya corriendo a las afueras del
hospital.
Mi esposo y otros de sus compañeros pescadores, se quedaron
en el lugar del hundimiento, para ver si podían rescatar parte
de nuestro patrimonio.
Ese día todo fue inútil al día siguiente pudo recuperar la barca
y redes de pesca, el motor ya no funcionará mas.
Milagrosamente pudimos salvarnos del naufragio relámpago,
tan solo pensar que alguien pudo haber perdido la vida ahí es
doloroso.
Esa noche no pude dormir, el sobresalto y sentir el
pecho apretado provocó mi insomnio. Se que se debe aprender
de los peores momentos vividos, esta ocasión no será la
excepción.
Los errores cometidos se deben enmendar, si bien se perdieron
varios bienes materiales, es lo de menos ya, lo mejor de todo
este mal sabor de vida, es la vida misma.
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