Por: Emeria Navarro Narváez
De todas las veces que fui a la sierra de Nayarit la
que más recuerdo es la última, cuando estuvimos en Puente de Camotlán municipio
de la Yesca y
algunos lugares circunvecinos con motivo de un brote de difteria que se
presentó en ese poblado. A las seis de la mañana abordamos una “escupetuercas”
–avioneta- para llegar a los pocos minutos, no sin antes sufrir varias
sacudidas por las inesperadas bolsas de aire y después planear sobre la
población hasta aterrizar peligrosamente en una corta explanada; en cuanto el
encargado espantó a algunos semovientes que antes de nuestra llegada pacían
indolentemente. En un mes de septiembre en la década de los setenta, ocurrieron
dos accidentes fatales en los viajes aéreos a la serranía; en uno de ellos
perdió la vida junto a los demás pasajeros la hermana de una enfermera conocida
mía que trabajaba en un centro de salud de la sierra. En otro accidente a una
madre huichola se le cayó su hijito al vació en pleno vuelo de la avioneta.
En cuanto
llegamos a Puente de Camotlán localizamos los casos sospechosos de Difteria, el
médico Venancio del Real improvisó un mechero y en el fijó las muestras de
exudado faríngeo que tomamos de los niños sospechosos, aplicamos el suero
antidiftérico a quienes el médico indicó y administramos la vacuna triple
contra la tosferina, tétanos y difteria a los niños de ese lugar y algunos
poblados circunvecinos.
En una de
esas rancherías, una buena señora, nos preparó un sabroso caldo de gallina; yo
no soy asquerosa pero a mí me tocó una plumilla y me vinieron ganas de vomitar,
disimuladamente salí al campo y detrás de unos matorrales expulsé el contenido
de mi estómago, volviendo tranquilamente al interior de la casa, sin informarle
a nadie de mi reacción. Desde luego agradecimos a la señora sus atenciones, la
hambreada se me quitó hasta en la noche en que cenamos unas ricas gorditas de
cuajada -como las que hace mi comadre Alicia Bugarín esposa de mi compadre el
profesor y ganadero Mónico Pérez Reyes, por cierto nativos de la Yesca Nayarit-.
Este relato
me hizo evocar los viajes que realizamos mi esposo y yo en compañía de mis
hijos a la huasteca hidalguense para visitar a mis suegros. De Huejutla volábamos
a San Pedro Huazalingo en pequeñas avionetas.
Mi suegro, un hombre alto,
delgado y fornido, nos iba a recibir, trasladándonos a lomo de caballo hasta su
rancho, en donde nos esperaba mamá Lupe para darnos de cenar un suculento
zacahuil, un sabrosísimo pan horneado por ella misma y un café de olla
elaborado con productos de su cafetal. Al regreso de uno de esos viajes tuvimos
que atravesar la montaña a caballo, en la noche, medio lluvioso el
ambiente, iluminándonos con los
frecuentes relámpagos. Yo llevaba a mi hija Lupita más o menos de cuatro años
de edad, cuando de repente el cincho de mi montura se rompió y caímos debajo de
la bestia; lo bueno es que el noble animal ni se movió y mi niña sufrió una
herida de la que emanaba abundante sangre y difícilmente pude contener la
hemorragia. El botiquín se lo había dejado a mi suegra pero improvisé una venda
como pude.
En el mes
de junio de 1975 mi
amiga y comadre la enfermera Martha Lilia Muñoz Barajas Jefa Estatal de
Enfermeras en los Servicios Coordinados de Salubridad de Baja California Sur,
me invitó a presentar una conferencia en el seno de la Reunión de la Sociedad de Salud Pública
de Baja California Sur a efectuarse en La Paz , con los gastos pagados. Desde luego que
acepté previa licencia de mis superiores. Como mi esposo no me pudo acompañar,
invité a la enfermera María Guadalupe Luna Amézquita y salimos en autobús hasta
Mazatlán Sinaloa y por vía aérea de este punto a La Paz.
Ante un
nutrido auditorio integrado por médicos, enfermeras y otro personal de la
medicina, entre los que destaco a la enfermera reconocida internacionalmente
Esperanza Sosa, presenté el tema “El paciente, como unidad bio-psico-social”,
en este afirmé que las raíces de enfermería consisten en los cuidados que se otorguen
al ser humano basándose en las necesidades físicas, mentales y sociales de su
propia personalidad, según la enfermedad o enfermedades que esté padeciendo y
los recursos terapéuticos al alcance. “No hay enfermedades sino enfermos” y
debemos aceptar que soma y psiquis forman un todo integrado y dinámico.
Considerando además que el personal de enfermería permanece las 24 horas cerca
del enfermo hospitalizado debe estar preparada para brindar al paciente una
atención holística y no ocuparse únicamente en administrar medicamentos.
Lupita Luna
y yo gozamos de la cálida atención de los anfitriones, nos hospedaron en un
bonito hotel y tuvimos espacio para hacer buenas compras – en esa época La Paz era el paraíso de la “fayuca” en el noroeste de México-.
Lamenté no haberme hecho de un precioso collar de perlas que los pescadores me
vendían sumamente barato, eso sí, saboreamos delicioso abulón a bajo costo,
adquirimos bonitos regalos para familiares y amigos, hasta un elegante mantel
español que en éstas fechas ¡aún no he estrenado!
Mi comadre
Martha Lilia y su esposo Manuel se esmeraron en atendernos, nos llevaron a
conocer el puerto, sus tranquilas playas y paseamos en una lancha con fondo de cristal
que nos permitió admirar la fauna marina en el mar de Cortés. Nos extasiamos
contemplando apacibles caletas y montañas matizadas de púrpura, teniendo como
fondo un paisaje desértico sin igual.
Aunque teníamos pagado el regreso en
avión hasta Mazatlán, fue mi voluntad que viajáramos en un barco trasbordador, lo que nos permitió
gozar de la vista del bello mar a tal grado que el amanecer me sorprendió en la
proa de la nave en una actitud de frente, con los brazos extendidos percibiendo
la brisa marina, y contemplar el séquito de saltarines delfines y algunas
mantarrayas -mobulas-… eso que aún no había visto la película del “Titanic”-.
(Continuará)
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