Por.
Emeria Navarro Narváez
En
octubre de 1988, da inicio en la Universidad Autónoma
de Nayarit el Segundo Curso Complementario de Licenciatura en Enfermería
dirigido a docentes de la escuela y personal de enfermería del sector salud,
coordinado por la licenciada en enfermería Evelina Flores Rosales. Como yo ya
me había jubilado de enfermera en la Secretaría de Salud y mis hijos ya estaban
grandes, me inscribí como alumna en este curso, en el que tuve experiencias de
aprendizaje muy interesantes. En este proceso, algunas enfermeras que fueron
mis alumnas en esta ocasión fueron mis maestras –cómo da vueltas la vida- y
tuve de mentores a distinguidos profesionistas
como el Licenciado Javier Germán Rodríguez, el profesor Efraín Moreno
Arciniega, el médico Antonio Sandoval Pazos, al Biólogo y Maestro en Salud
Pública Saúl Hernán Aguilar Orozco entre otras personalidades.
Dos hechos fueron inolvidables para mí:
primeramente el viaje que hicimos todo el grupo a la bella Cuba con el fin de
complementar nuestras prácticas haciendo un estudio de campo del Sistema de
Salud en el régimen socialista de esta isla. Fue una serie de vivencias
inolvidables, desde la preparación de la travesía, con el apoyo del entonces
gobernador del Estado de Nayarit Celso Humberto Delgado Ramírez, quien nos
facilitó desde los trámites internacionales, un crédito para cada una de las
viajeras, el pasaporte y un autobús que por cierto, pasando la ciudad de
Guadalajara, como a las dos de la mañana, empezó a zigzaguear en la carretera
rumbo a México D.F. se salió de la cinta asfáltica y siguió corriendo a campo
traviesa hasta parar su motor en un banco de grava. En esos segundos que me
parecieron siglos, creí morir y pensé en mi familia. Al detenerse el carro, a
pesar de que yo iba en el asiento de atrás quede en el parabrisas y fui la
primera en salir del vehículo con mi maletita, volteando para todos lados y
tocando todo mi cuerpo para ver si no me dolía algo. Luego nos vimos entre sí y
constatamos que afortunadamente todos salimos ilesos, lo que no hubiera
sucedido si el accidente ocurre en un lugar con barrancos. El apuro de Evelina
fue que reanudáramos el viaje lo más pronto posible, pues íbamos con el tiempo
justo para llegar al aeropuerto y ante cualquier retardo, corríamos el riesgo
de que nos dejara el avión que salía a Cuba.
Por fortuna, en pequeños grupos fuimos
abordando autobuses conforme iban pasando y quienes llegaron primero al
aeropuerto realizaron los trámites para que todas voláramos, a tal grado que
faltaban escasos minutos para la salida del avión cuando llegaron las últimas
compañeras para completar las 35 pasajeras de la Escuela de Enfermería.
Llegamos al aeropuerto en Cuba y ahí mismo
nos recogieron los pasaportes y nos dijeron que en este país no circulaba el
peso mexicano. Me sentí despersonalizada pero poco a poco fui adquiriendo
confianza al ver el paisaje parecido al de San Blas, Nayarit. Ya en la Habana, a punto de
descender del autobús para ingresar al Hotel, cuando Luz Jiménez
(q.e.p.d.) estando agachada sacando su maleta, un cubano le
gritó “mete tu culo negra, porque te vamo a atropelláa”… los isleños nos veían
con simpatía y nos manifestaban que por México tenían especial afecto. Nos llamó
la atención que los niños nos rodearan pidiéndonos dulces. Luego me enteré que
a los menores de edad les tienen prohibido consumir golosinas, además de que no
había lugares en donde vendieran éstas, así como frutas o antojitos. Enseguida
recordamos que en México los puestos de frutas en el mercado son dignos de
plasmarse en un lienzo y que tenemos al alcance vendimias de comida y refrescos
en cada esquina. Estas medidas de higiene, valieron a Cuba para reducir el
grado de obesidad, abatir las gastroenteritis y mejorar la calidad de vida.
En esa época los cubanos eran afectos a
las comidas muy dulces – hasta empalagosas- nos ofrecieron una nieve y pasteles
exageradamente dulces. La comida era buena, pero añoramos las tortillas y el
chile, por cierto que como se atravesó el aniversario de la Revolución Mexicana,
nos ofrecieron una cena basada en tacos, que ni siquiera se parecían a los que
venden aquí en Tepic, en el parque “Juan Escutia”. De todas formas les
agradecimos a los organizadores, sus atenciones y cerramos la noche saboreando
deliciosos “Mojitos”.
La
enfermería en Cuba es reconocida profesionalmente al mismo nivel del médico,
del psicólogo o de quien ejerce
cualquier otra licenciatura. Observamos el funcionamiento desde la unidad de
salud más sencilla, los centros de salud intermedios, hasta un hospital de
especialidades como la Clínica “Hermanos Almejeira,” en donde era un hecho
cotidiano el trasplante de diversos órganos. –En Cuba todo mundo está obligado
a donar sus órganos cuando la muerte es inminente-. Nos sorprendió que la
autoridad después del Director fuese una enfermera –Vicedirectora- que hombres
y mujeres hicieran el servicio militar en campos bélicos del África. La Educación y la Salud son servicios
gratuitos y los alimentos y adquisición de bienes son racionados para los
cubanos. Se aprecia el mismo nivel económico para enfermeras, médicos y
odontólogos. No había edificios lujosos ni se veían carros modernos circulando.
Visitamos el Instituto Psiquiátrico en
donde vimos que los pacientes mentales no portaban uniforme ni estaban
encerrados, vivían libres en una bonita ciudad con grandes jardines y hacían
muchas actividades especialmente canto y danza. Por cierto, nos ofrecieron un
hermoso festival con grandes artistas que quedaron con secuelas mentales
después de la revolución, pudimos apreciar lo grandioso de su arte y nos
parecieron gente normal.
Nos bañamos en “El Varadero” y algunas de
nosotras gastamos dólares para apreciar un espectáculo en el antiguo y famoso
“Tropicana” lugar en donde antaño actuaron Frank Sinatra, Carmen Miranda, Quico
Mendive y otros artistas internacionales famosos. ¡Creo que todos los cubanos
tienen el ritmo y el canto en sus venas! Visitamos la casa en que vivió Ernest
Hemingway cuando estuvo en Cuba, observé su recámara, sus armas, sus cañas de
pesca y el escritorio en donde quizás escribió la fascinante novela “El viejo y
el mar”; recuerdo que el recibió el premio Pulitzer en 1953 y el Nobel de
literatura en 1954. En el cinema a la intemperie “Ideal” de Santiago Ixcuintla,
vimos películas cuyos argumentos se basaron en novelas de Hemingway, como “Por
quién doblan las campanas” “Adiós a las armas” y “Las nieves del Kilimanjaro”.
(Continuará).