Por:
Emeria Navarro Narváez.
La
asociación de enfermeras nos ofreció un emotivo convivio y admiramos que todas
cantaran canciones mexicanas mejor que nosotras. La canción que más escuchamos en
muchas partes de Cuba, fue “Sabor a mí” de Álvaro Carrillo. Para no dejarnos,
Esperanza Ontiveros y otra compañera bailaron “El jarabe tapatío” y les dimos
regalos típicos de Nayarit como “Ojos de Dios”, bolsas tejidas por los
huicholes y artículos bordados de
chaquira. En las Instituciones de salud, nos presentamos perfectamente
uniformadas todas con vestido blanco y cofias. Las enfermeras cubanas vestían
filipinas con pantalones de color indefinido y sin cofias. Pregunté por los
cubanos compañeros del curso de Salud
Pública que llevé en México pero nadie me dio razón de ellos.
Al dejar el hotel casi todas regalamos
objetos apreciados por las cubanitas, como pintura para el calzado, toallas
sanitarias, pasadores, maquillajes y otros. Mis compañeras compraron regalos
para sus familiares como vinos europeos y otras cosas pesadas. Yo siguiendo las
recomendaciones de mi esposo, adquirí pequeños objetos cubanos y algunas
monedas de este país especialmente para mis sobrinos; regresamos finalmente a
Tepic a fines de noviembre.
Otra experiencia del curso complementario
de licenciatura en enfermería, que fue inolvidable, es la investigación
etnoecológica que hicimos sobre las plantas útiles –medicinales, comestibles y
toxicas- en tres comunidades: La
Yerba, Venustiano Carranza y Platanitos, a partir de junio de
1989.
El grupo de estudiantes investigadoras fue
conformado por las enfermeras: Julia Castañeda, Alicia Delgado, y Esperanza
Ontiveros en el primer equipo; Luz Jiménez, María de Jesús Medina, Acela
Ontiveros y la que esto escribe en el segundo equipo.
La investigación estuvo dirigida por el
Biólogo y Maestro en Salud Pública Saúl Hernán Aguilar Orozco, de parte de la
Coordinación de Investigación Científica de la Universidad Autónoma de Nayarit.
Previa a la investigación de campo, el
grupo de estudiantes de licenciatura en enfermería ya referido, recibimos orientación
de parte del maestro Aguilar Orozco en cuanto al uso de las computadoras que en
ese tiempo eran bastante lentas, y para nosotros era una excitante novedad. Respecto a la técnica de las
entrevistas ya estábamos acostumbradas a interactuar con las personas de campo
por nuestro trabajo en hospitales y comunidad, además de que todas vivimos
nuestra infancia en el medio rural. Tuvimos el privilegio de estar en contacto
con la Doctora
Montserrat Gispert, experta en Etnobotánica, quien nos
permitió participar en El Primer Taller Regional sobre cultura alimentaria en donde
apantallé con mi mole de aguacate llamado “Tlapanilli”, el consumo de
“Endivias”, “Pemuches” y “Nopalquelit” plantas comestibles que tengo en el
patio de mi casa gracias al contacto que guardo con la Huasteca Hidalguense.
La doctora Gispert nos explicó que las antiguas culturas que poblaron la
república mexicana, ubicada en el contexto mesoamericano, eran poseedoras de un
gran conocimiento sobre el mundo vegetal. Una característica de ese
conocimiento era su visión holística, que implica tomar en cuenta las distintas
relaciones establecidas entre las diferentes especies animales y vegetales en
su entorno, con el hombre como parte integral del cosmos. Una o
dos veces por semana subíamos a la Sierra de San Juan, majestuosa formación de
origen volcánico, situada en el extremo noroeste del eje neo-volcánico, en Nayarit,
México. Para la ciudad de Tepic, el cerro de San Juan que forma parte de la
mencionada sierra constituye un baluarte; desde su cima es posible contemplar
la silueta de las islas Marías en determinadas horas y se puede apreciar la
exuberante vegetación bordeado el litoral del pacífico. Esta colosal formación
constituye una barrera para los vientos cálidos y húmedos de la costa,
propiciando que en la capital de esta entidad el clima sea templado,
advirtiendo que en los últimos años el cambio climático nos deja sentir en el
presente, más grados de calor. Su importancia en la conservación de las cuencas
hidrológicas es sumamente grande, dado que en esta sierra se desarrollan
comunidades vegetales que contienen bosques de pino y de encino y en sus
cañadas húmedas y sombreadas existe bosque mesófilo de montaña. En sus faldas
se aprecian terrenos con intensa actividad agrícola, como el cultivo de aguacate,
café, caña de azúcar, chayote y otros; esta práctica aunada a la extracción de
elementos del subsuelo –usados para la construcción- y los frecuentes
incendios, constituyen una amenaza, a pesar de que con el afán de proteger esta
área vital, el Gobierno Estatal emitió un decreto que transformó esta sierra en
área de conservación o zona de reserva, en una superficie aproximada de 30,000 hectáreas.
La investigación se realizó mediante
visitas a las localidades mencionadas en busca de información sobre las
plantas, conseguir los guías –yerberos- que nos acompañaran hasta el lugar en
donde se encontraban éstas; mientras los entrevistábamos grabábamos la
conversación ascendiendo o bajando la montaña. Con admirable paciencia el
maestro Saúl nos explicaba la manera de preparar en hojas de periódicos los
vegetales recolectados para incorporarlos al herbario de la Universidad Autónoma
de Nayarit, previa determinación botánica con el apoyo de una bióloga de la Coordinación de Investigación
Científica de dicha institución, cuyo nombre no recuerdo. Se elaboraron
monografías por especie, conjuntando el valioso conocimiento de los yerberos y
el producto de nuestra investigación documental.
No obstante que las poblaciones en donde
hicimos el estudio se localizan en una zona reducida, muy cercana una de la
otra sobre la sinuosa carretera Tepic-Jalcocotán, se hallan dentro de éstas,
vegetaciones diferentes: Platanitos en una selva baja caducifolia, Venustiano
Carranza “EL gringo” en un bosque de Pino Encino y La Yerba en un bosque de
pino encino y bosque mesófilo de montaña.
Tengo presente, que la primera vez que acudimos
a Venustiano Carranza dos de nosotras no nos presentamos con calzado apropiado
y ¡el colmo! Acela llegó cargando ¡un ciento de tostadas! El maestro Saúl se
rió como Santa Claus jo, jo, jo,
jo, jo. Y exclamó: !No vienen de día de campo! -el respetuoso guía se sonrió
discretamente y encargó todo lo que llevábamos en casa de su esposa-. De quien
más aprendimos fue de la señora María (q. e. p. d.) sabia y fuerte anciana,
madre de la enfermera Laura Ruelas. Ella nos llevó hasta la cima del cerro San Juan
y se nos abrieron los ojos al ver tantas plantas desconocidas, y otras
inesperadas como las frambuesas. Julia luego se adueñó de una larga calabaza
que se la acomodó colgando de su cuello. El maestro Saúl riéndose de nosotras
dijo: óiganme, si no vienen al súper, les aconsejo que no carguen nada porque
manos les van a hacer falta para poder agarrarse de algo cuando vayan bajando.
Efectivamente lo difícil no era el ascenso sino el descenso en el que muchas
veces estuvimos a punto de rodar cuesta abajo, era plena temporada de lluvias,
las piedras estaban resbalosas y había algunos arroyos que cruzar. Ironías de
la vida, yo vine a caer en lo parejo, en una parte llena de musgo resbaladizo.
Al caer se me volteó para atrás el dedo índice de mi mano derecha. Yo me
aguanté el dolor de la lesión para que el maestro Saúl no se burlara de mí. Al
llegar a Tepic, me atendió el Dr. Abraham Castrejón esposo de mi compañera Luz
Jiménez, me dio analgésico y desinflamatorio y me instaló una prótesis de
aluminio que cargué por un tiempo. A la semana siguiente, cambié los tenis por
unas feas botas de minero que aún me pongo cuando vamos al monte. (Continuará).