martes, 24 de junio de 2014

Vivencias de una Costeña Santiagoixcuintleña Novena parte. (III)

Por: Emeria Navarro Narváez.

La asociación de enfermeras nos ofreció un emotivo convivio y admiramos que todas cantaran canciones mexicanas mejor que nosotras. La canción que más escuchamos en muchas partes de Cuba, fue “Sabor a mí” de Álvaro Carrillo. Para no dejarnos, Esperanza Ontiveros y otra compañera bailaron “El jarabe tapatío” y les dimos regalos típicos de Nayarit como “Ojos de Dios”, bolsas tejidas por los huicholes  y artículos bordados de chaquira. En las Instituciones de salud, nos presentamos perfectamente uniformadas todas con vestido blanco y cofias. Las enfermeras cubanas vestían filipinas con pantalones de color indefinido y sin cofias. Pregunté por los cubanos compañeros del  curso de Salud Pública que llevé en México pero nadie me dio razón de ellos.
     Al dejar el hotel casi todas regalamos objetos apreciados por las cubanitas, como pintura para el calzado, toallas sanitarias, pasadores, maquillajes y otros. Mis compañeras compraron regalos para sus familiares como vinos europeos y otras cosas pesadas. Yo siguiendo las recomendaciones de mi esposo, adquirí pequeños objetos cubanos y algunas monedas de este país especialmente para mis sobrinos; regresamos finalmente a Tepic a fines de noviembre.
     Otra experiencia del curso complementario de licenciatura en enfermería, que fue inolvidable, es la investigación etnoecológica que hicimos sobre las plantas útiles –medicinales, comestibles y toxicas- en tres comunidades: La Yerba, Venustiano Carranza y Platanitos, a partir de junio de 1989.
     El grupo de estudiantes investigadoras fue conformado por las enfermeras: Julia Castañeda, Alicia Delgado, y Esperanza Ontiveros en el primer equipo; Luz Jiménez, María de Jesús Medina, Acela Ontiveros y la que esto escribe en el segundo equipo.
     La investigación estuvo dirigida por el Biólogo y Maestro en Salud Pública Saúl Hernán Aguilar Orozco, de parte de la Coordinación de Investigación Científica de la Universidad Autónoma de Nayarit.
     Previa a la investigación de campo, el grupo de estudiantes de licenciatura en enfermería ya referido, recibimos orientación de parte del maestro Aguilar Orozco en cuanto al uso de las computadoras que en ese tiempo eran bastante lentas, y para nosotros era una excitante  novedad. Respecto a la técnica de las entrevistas ya estábamos acostumbradas a interactuar con las personas de campo por nuestro trabajo en hospitales y comunidad, además de que todas vivimos nuestra infancia en el medio rural. Tuvimos el privilegio de estar en contacto con la Doctora Montserrat Gispert, experta en Etnobotánica, quien nos permitió participar en El Primer Taller Regional sobre cultura alimentaria en donde apantallé con mi mole de aguacate llamado “Tlapanilli”, el consumo de “Endivias”, “Pemuches” y “Nopalquelit” plantas comestibles que tengo en el patio de mi casa gracias al contacto que guardo con la Huasteca Hidalguense. La doctora Gispert nos explicó que las antiguas culturas que poblaron la república mexicana, ubicada en el contexto mesoamericano, eran poseedoras de un gran conocimiento sobre el mundo vegetal. Una característica de ese conocimiento era su visión holística, que implica tomar en cuenta las distintas relaciones establecidas entre las diferentes especies animales y vegetales en su entorno, con el hombre como parte integral del cosmos.  Una o  dos veces por semana subíamos a la Sierra de San Juan, majestuosa formación de origen volcánico, situada en el extremo noroeste del eje neo-volcánico, en Nayarit, México. Para la ciudad de Tepic, el cerro de San Juan que forma parte de la mencionada sierra constituye un baluarte; desde su cima es posible contemplar la silueta de las islas Marías en determinadas horas y se puede apreciar la exuberante vegetación bordeado el litoral del pacífico. Esta colosal formación constituye una barrera para los vientos cálidos y húmedos de la costa, propiciando que en la capital de esta entidad el clima sea templado, advirtiendo que en los últimos años el cambio climático nos deja sentir en el presente, más grados de calor. Su importancia en la conservación de las cuencas hidrológicas es sumamente grande, dado que en esta sierra se desarrollan comunidades vegetales que contienen bosques de pino y de encino y en sus cañadas húmedas y sombreadas existe bosque mesófilo de montaña. En sus faldas se aprecian terrenos con intensa actividad agrícola, como el cultivo de aguacate, café, caña de azúcar, chayote y otros; esta práctica aunada a la extracción de elementos del subsuelo –usados para la construcción- y los frecuentes incendios, constituyen una amenaza, a pesar de que con el afán de proteger esta área vital, el Gobierno Estatal emitió un decreto que transformó esta sierra en área de conservación o zona de reserva, en una superficie aproximada de 30,000 hectáreas
      La investigación se realizó mediante visitas a las localidades mencionadas en busca de información sobre las plantas, conseguir los guías –yerberos- que nos acompañaran hasta el lugar en donde se encontraban éstas; mientras los entrevistábamos grabábamos la conversación ascendiendo o bajando la montaña. Con admirable paciencia el maestro Saúl nos explicaba la manera de preparar en hojas de periódicos los vegetales recolectados para incorporarlos al herbario de la Universidad Autónoma de Nayarit, previa determinación botánica con el apoyo de una bióloga de la Coordinación de Investigación Científica de dicha institución, cuyo nombre no recuerdo. Se elaboraron monografías por especie, conjuntando el valioso conocimiento de los yerberos y el producto de nuestra investigación documental.
     No obstante que las poblaciones en donde hicimos el estudio se localizan en una zona reducida, muy cercana una de la otra sobre la sinuosa carretera Tepic-Jalcocotán, se hallan dentro de éstas, vegetaciones diferentes: Platanitos en una selva baja caducifolia, Venustiano Carranza “EL gringo” en un bosque de Pino Encino y La Yerba en un bosque de pino encino y bosque mesófilo de montaña.
     Tengo presente, que la primera vez que acudimos a Venustiano Carranza dos de nosotras no nos presentamos con calzado apropiado y ¡el colmo! Acela llegó cargando ¡un ciento de tostadas! El maestro Saúl se rió como Santa Claus jo,  jo,  jo,  jo, jo. Y exclamó: !No vienen de día de campo! -el respetuoso guía se sonrió discretamente y encargó todo lo que llevábamos en casa de su esposa-. De quien más aprendimos fue de la señora María (q. e. p. d.) sabia y fuerte anciana, madre de la enfermera Laura Ruelas. Ella nos llevó hasta la cima del cerro San Juan y se nos abrieron los ojos al ver tantas plantas desconocidas, y otras inesperadas como las frambuesas. Julia luego se adueñó de una larga calabaza que se la acomodó colgando de su cuello. El maestro Saúl riéndose de nosotras dijo: óiganme, si no vienen al súper, les aconsejo que no carguen nada porque manos les van a hacer falta para poder agarrarse de algo cuando vayan bajando. Efectivamente lo difícil no era el ascenso sino el descenso en el que muchas veces estuvimos a punto de rodar cuesta abajo, era plena temporada de lluvias, las piedras estaban resbalosas y había algunos arroyos que cruzar. Ironías de la vida, yo vine a caer en lo parejo, en una parte llena de musgo resbaladizo. Al caer se me volteó para atrás el dedo índice de mi mano derecha. Yo me aguanté el dolor de la lesión para que el maestro Saúl no se burlara de mí. Al llegar a Tepic, me atendió el Dr. Abraham Castrejón esposo de mi compañera Luz Jiménez, me dio analgésico y desinflamatorio y me instaló una prótesis de aluminio que cargué por un tiempo. A la semana siguiente, cambié los tenis por unas feas botas de minero que aún me pongo cuando vamos al monte. (Continuará).


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