Por: Julio César Peralta Aldana
El remanente de agua que a su paso dejo el huracán
Pamela, golpeo fuertemente los municipios del norte de Nayarit, siendo el más
afectado Tuxpan, por su situación geográfica, cientos de familias se vieron
severamente afectadas tras la terrible inundación.
Algunos ciudadanos rescataron sus bienes subiéndolos
al techo de su casa, otros no tuvieron la misma suerte, pues enfocaron sus
esfuerzos en lo principal que en ese momento era cuidar la vida de cada
integrante de la familia.
Entre miles de historias vividas y compartidas
hoy quiero hablar de una pequeña maratonista, que llamó mi atención por su
esfuerzo y determinación para conseguir lo más apremiante en esos momentos, un
poco de agua para su familia.
El día 16
de octubre estando en el municipio de Tuxpan me encontraba por la noche en la
plaza principal cuando llegaron varias unidades, que llevaban alimentos, agua y
artículos de higiene personal para los damnificados a pesar de la hora
decidieron con el apoyo de un tractor, salir a repartir principalmente agua,
que por el clima del municipio coquero era de vital importancia acercarla a los
hogares Tuxpenses.
A pesar de la falta de luz empezaron a recorrer
las diferentes calles más afectadas, entregando botellas de agua, yo observaba mientras
ellos seguían repartiendo el vital líquido, así fue transcurriendo el tiempo,
cuando dé una calle llena de lodo se escucharon a lo lejos los gritos de una vocecita
frágil ¡agua, agua!
La vocecita se seguí escuchando sin distinguirse en
la oscuridad y de pronto aparece la figura de una pequeña, que desesperada
corría mientras continuaba gritando ¡agua, agua! y tras de ella su mama corría
desesperada intentando seguirle el paso.
Muy agobiada por la situación y al ver que sus
gritos no eran suficientes, llegó a la esquina donde se abría una calle llena
de agua y al ver la unidad y las personas lejos y retirándose más, sin pensar
se arrancó sus huaraches de plástico los dejo justo donde se encontraba un
poste y, como si se tratara de una carrera olímpica solo gritó: ¡mamá
cuídamelos que no se pierdan! Y corrió más veloz, sin desfallecer en una
carrera que para mí pareciera de vida o muerte.
Cerca de 150 metros corrió sin dejar de gritar hasta
que fue escuchada por uno de los voluntarios que, al observarla, de inmediato
tomó entre sus manos dos galones con agua y un rollo de papel sanitario que entregó
a la pequeñita como si se tratara de una carrera de relevos; ella
inmediatamente regreso corriendo a con su mamá, llegó con aire entrecortado y
risita picará de victoria, lagrimitas en sus ojos, entregó lo obtenido con su gran esfuerzo, satisfecha ya que por lo menos esa noche y posiblemente
el siguiente día tendrían agua para mitigar la sed de su familia.