Líneas
Por: José
Ma. Narváez Ramírez.
En Santiago Ixcuintla los
camiones destapados –como en Mazatlán los moto-carros convertidos en “pulmonías”
por bautizo del ingenio popular- eran “los tropicales” e integraron toda una
época en el ramo del transporte, prácticamente hicieron historia, y son los
cobradores y los operadores de aquellas máquinas que trasladaban a nuestra
gente, quienes nos pueden platicar con toda autoridad sobre esa etapa de
nuestros pueblos.
Y
viene nuevamente don Arturo Vázquez -hijo de El Chamuko”- a hacer una
remembranza de los domingos (día de plaza) cuando desde muy temprano iniciaban
los acarreos de pasaje de los poblados aledaños hacia el centro comercial –en
este caso Santiago- que traían a la “rancherada” a efectuar sus compras y a
aprovechar el viaje para visitar al doctor, a sus amigos y familiares, a bordo
de los camiones destapados que llamaban “tropicales” porque sentaban a los
usuarios en bancas paralelas, no había los asientos que ahora se utilizan, y el
techo de la unidad estaba montado en barras en forma de tenedores. Hacían el
viaje destapados, entre nubes de polvo que trataban de evitar con lonas
desmontables a ambos lados, así como para guarecerse de la lluvia y a
protegerse de las inclemencias de los rayos del sol. Un “chango” o ayudante hacía las veces de “operador del
crank” o de cobrador y de acomedido ayudando a cargar las pertenencias de los
pasajeros.
Dice
don Arturo: Allá en los años cincuentas, en los domingos hacíamos hasta tres
“corridas” a los poblados circunvecinos, que eran: Amapa, Botadero, El Pozole,
Patroneño, Pueblo Nuevo, El Mojarro, Gavilán Grande y Chico, Pichilengue,
Cerritos, El Carrizo, El Capomal, Higueras, Pozo de Ibarra… -a Sentispac y a
Yago eran corridas directas- y cada domingo los traíamos principalmente a
comprar sus comestibles, la carretera en algunas tramos era de balaustre y para
ir a Los Corchos, por ejemplo, había partes de terracería y la desviación que
nos dieron –para todos- era por el Toro Mocho al rancho de Los Corchos.
Los
días domingos eran muy especiales, en ese tiempo eran los camiones “tropicales”
y después los “cerrados” los que hacían el traslado de muchísimo pasaje…
dábamos hasta tres vueltas al día… lleno te venías y lleno te regresabas…
demasiada gente, muy dicharachera, platicadora, novelera, amable, servicial… y
era este día en que hacían sus transacciones comerciales, venían algunos con
gallinas y se regresaban con sacos de comestibles y bolsas de mercancía
variada, barras de hielo envueltas en aserrín, cerveza en cajas grandes de
cuarenta o cincuenta botellas…
Se
la pasaba uno muy a gusto con aquellas personas, niños, jóveness y adultos que
desde temprana hora, muy limpios, cambiados y luciendo su ropa “de contestar”, rebozos,
sombrillas y sombreros, hacían su travesía dominguera. Todos nos conocíamos muy
bien; por cierto ahora me dicen mis hijos: mira papá ahí va fulano o zutano y
yo me quedo sorprendido porque no los conozco. Duré mucho tiempo después
trabajando en el transporte foráneo en los viajes especiales que llevaba uno a
México, de pasaje normal y de estudiantes, integrantes de grupos de baile que
iban a Televisa –por ejemplo de la Escuela Primaria Juan Escutia, cuando era
directora la maestra Frías-.
Cosas
de las que se acuerda uno con mucha nostalgia y emoción, y luego las relata en
las conversaciones con los compañeros que en aquellos días hicimos excelentes
migas, como por ejemplo don Porfirio Días Morales (“El Abuelo”), que trabajaba
en el camión a don Custodio Palacios, quien por cierto falleció con su esposa
en un accidente, venían de pasajeros de Guadalajara y ahí en la curva de El
Seboruco se fue derecho el autobús, ahí sucedió el accidente. Era una corrida
que salía de la capital tapatía a las ocho de la noche con destino a Tuxpan y
desviaba a Santiago.
Y
estuve platicando con otras personas de cuando íbamos a Ibarra, a Campo de los
Limones… era todo empedrado y ahora hay vehículos que van a vender mercancías,
como verdura, carne, pescado… Muy variada…
En
El Pozole había un señor que le decían “El Cuatrojos”, que era dueño del cine local
y se desempeñaba como agricultor, y había una paletería de “Los Calinos”… y ahora regresé a ese pueblo (que se llama
Villa Juárez) a visitar a unos familiares y lo encontré muy cambiado.
En
aquel tiempo el camino a Toro Mocho era pura brecha y los camiones se atascaban
en los lodazales que formaban las lluvias e inundaciones, los diferenciales se
sentaban en el “sorruedo” que se hacía en el lomo que se formaba en el centro,
ahí quedaban, al grado de que los propios pasajeros nos ayudaban a desatascarlos.
Regresaba uno lleno de lodo.
Eran
tiempos muy bonitos… cuando los evoco siento como si los estuviera volviendo a
vivir, y miraba a todos los socios de la Cooperativa y a los hijos de los socios que
vivían las mismas aventuras.
Recuerdo
cuando hacíamos los viajes a Estación Ruiz y esperaba uno a que llegara el tren
para traer gente a Santiago, unos venían del norte… Y mientras esperábamos
comíamos con una señora que vendía cena, doña Eduviges, y ahí nos echábamos un
pozole, tostadas, sopes, enchiladas, pollo frito, café de olla… esperando que
llegara la hora de la salida a Santiago que casi siempre era a las nueve de la
noche. Por cierto que había un viejito que llegaba con su acordeón y se la
pasaba por las vías tocándolo, haciendo pasar más ameno el rato de la espera.
Amigos
éramos tres, que siempre anduvimos juntos, que era Guillermo Aguirre, hijo de
don Ascensión Aguirre, Servando Hernández, hijo de don Gregorio Hernández que
le decían “Goyo el Ciego” y don Vicente Vázquez “El Chamuko” que era mi padre…
Nos juntábamos y andábamos por todos lados, íbamos por todos los ranchos,
felices… hasta que cambió la vida, formamos familias y nos separamos.
En
aquella época estábamos muy lejos de imaginar cómo sería nuestra vida dentro
del transporte y todo fue cambiando. Yo acompañaba a mi padre a Mazatlán, él
venía de México, por la vía larga que pasaba por “Mil Cumbres”, Toluca, Morelia
y de ahí a Guadalajara y de este lugar al puerto sinaloense. Mi madre me
llevaba a Peñitas a esperarlo y de ahí nos íbamos a Mazatlán y durábamos tres
días para regresar a México, entonces ahí hacíamos viajes de turismo y había
otro operador que se llamaba José y le decían “El Chupetes” y visitábamos un
balneario conocido como “Las Gaviotas” y estaba retirado del puerto, llegaba uno
a él por una brecha, pero disfrutábamos el tiempo en esos lugares hermosos.
A mi
padre le apodaban “El Chamuko” por un tío que así le llamaban, su nombre era
Marcial Vázquez Barba, y también tenía autobuses. En esa época mi papá adquirió
su propio camión y se integró a la Cooperativa de Transportes del Pacífico”.
Nos
despedimos momentáneamente de nuestro amigo y paisano don Arturo Vázquez,
recomendándole mucho Control… Señor… Control… ahora que ya no opera en los
ómnibus que empezó a manejar cuando apenas contaba con once años de edad y se
cascaba un sombrero hasta las orejas para que los pasajeros no descubrieran que
iba un chamaco conduciendo el carro… y así duró mas de cuarenta y ocho años en
la dura brega… Mi admiración y respeto.
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