domingo, 20 de abril de 2014

“El ave de las maravillas”

Líneas
Por: José Ma. Narváez Ramírez.
 

Cada vez que nos enteran –a través de las noticias- los encargados de surtirnos de mentiras -como si fueran voceros de un gobierno ajeno al pueblo- al transmitir los partidos de fútbol haciéndonos sentir los “ya merito”, que somos muy “sácalepunta” y vamos a ganar el mundial de Brasil, con esas habladas y echadas –como las que sacan de promesas campañeras muchos de los candidatos labiosos que abundan, listos a la depredación y al saqueo- (y algunos hasta se la creen), me traslado a aquellos lejanos días de la parva mocedad en que nuestros padres eran buenos cazadores porque abundaban las presas y no se les calificaba de “crueles asesinos” como ahora, sino de aguzados, avezados y duchos en esta distracción considerada en ese tiempo, un verdadero deporte.
         En esos días se organizaban las “expediciones punitivas” al monte cercano, a la marisma, o a la lejana sierra nayarita, que en ésa época si le hacía honor a la frase empleada por el compositor guanajuatense José Alfredo Jiménez en aquel corrido del “Caballo Blanco” que dice: “cruzó como rayo tierras nayaditas, entre cerros verdes y el azul del cielo”…  Todo el paisaje que se contemplaba era muy bello, las regiones agrestes llenas de hermosura y de verdor tan fabuloso como espantoso por los grandes peligros que acechaban, pero ricos en majestuoso y variado colorido, además de una colosal y abundante cantidad de árboles y arbustos varios, así como de aves y animales de pelo en una diversidad sorprendente (en su mayoría hoy en extinción) que poblaban la tierra nayarita en sus partes bajas y altas, a la vera de los ríos y arroyos conformados por aguas puras, cristalinas, hasta llegar a las aguas marinas donde se daban cita millares de patos, zarcetas, gallinetas, garzas y de todas esas dueñas y señoras de los espacios que adornaban con sus vistosos plumajes el límpido aire… y contrastaban con las palomas, zopilotes, gavilanes, bandadas de pericos y tantas y tantas especies que conformaban la flora y la fauna de nuestra maravillosa entidad…
         Estas cacerías se organizaban entre grupos de amigos que integraban el Club de Cazadores “Los Gavilanes” (de caza, tiro y pesca) que tenía su sede donde terminaba el Estadio Revolución, allá por detrás del cerro grande de Santiago. Duraban una semana o a veces quince días y eran apuntadas principalmente en busca de tigre o jaguar, hacia la sierra, buscando chachalacas o llevando la esperanza de cazar un puma, una onza o en su defecto probar suerte con los venados y armadillos, de los que había en abundancia.
         El equipo que cargaban los cazadores en turno, cuando iban a la sierra, consistía en un bien elaborado bastimento, baterías, cuchillo de monte, sombrero, cajas de cigarrillos, -para espantar a los zancudos, según decían-  cerillos, sarape, chamarra, cartuchera (repleta de tiros de variados calibres, en especial el 0 y el doble 0), “bufadera” (para llamar al tigre) y unas botellas de tequila –también para el frío- y otras de aceite de coco para embadurnarse y no dejar arrimarse a los mosquitos en las partes descubiertas… sin faltar el “carranflón” o escopeta bien aceitados.
         En una de esas cacerías mi padre regresó (aparte de cargado de carne seca de venado “oriada”, y de los cueros de los animales capturados, listos para ser puestos a secar y conservar; con una pequeña jaula de carrizo que traía en su interior una pequeña cría de algún animal de pluma muy raro, parecía zánate o zopilote, o algo así, pero que representaba –según el cazador- una presa muy especial ya que era descendiente de una especie en extinción, que al ir creciendo se trasformaría en una ave maravillosa que emitiría dulces y hermosos gorjeos, además su plumaje sería de extraordinario color, por lo que recomendó a mi madre que ella se encargara de darle de comer granos de alpiste y trocitos de fruta bien picada…
         La jaula colgó de una de las vigas del pasillo de la vieja casona, frente a la cocina y en ese lugar permaneció durante varios días. Al principio era una novedad observar al pajarraco resistir casi inmóvil en su estancia, pero después de una semana toda la familia se olvidó de él.
         El extraño pájaro fue enflaqueciendo notablemente, hasta que al verlo mi progenitor, muy molesto lo sacó de la jaula y lo llevó a la mesa del comedor pidiéndole a mi mamá que le diera la comida que había indicado; llamando a sus hijos para enseñarles a administrar el alimento al moribundo ejemplar serrano.
         Lo aprisionó entre los dedos de su mano izquierda y con la derecha tomó un palillo de dientes, picó un pedacito de papayo al tiempo que nos decía muy serio: “se toma de esta manera al animal y se procede a introducirle la fruta abriéndole un poco el piquito y se le da su porción para que se mantenga fuerte, sano y crezca muy bello… ándale ave de las maravillas, come todo lo que quieras”… El pajarito abría desmesuradamente el pico y como que se negaba a tragar aquella porción de fruta puesta en la punta del palillo que pretendía darle mi padre, que hacía grandes esfuerzos por “convencerlo”… así estaban cuando al fin logró meterle el bocado hacia el interior de la garganta… pero con tan mala fortuna ¡que se le fue con todo y palillo!
         El pajarraco se quedó muy quieto y don Pepe trataba desesperadamente de sacar el palillo del cogote del ave, ya que se le había ido con el trozo de papayo, ante la inquietud y nerviosidad de los espectadores que contemplábamos la acción esperando ver un desenlace menos triste… Pero nuestros rostros cambiaron inmediatamente del estupor a la sonrisa cuando vimos a nuestra madre a punto de soltar la carcajada, diciéndonos: “pobre animalito, era un zanatito… tú Pepillo, agárralo y entiérralo por ahí junto al guanábano… jajajajá… el ave maravilla…”
         Mi padre seguía estupefacto y sin decir una palabra, depositó el cadáver en la orilla de la mesa y se levantó de la silla dirigiéndose a la salida de la casa…
         Control… Señores… Control… Mis hermanos y yo, como no vimos crecer al ave, nos quedamos secretamente con la duda de que aquel pajarraco podría haber sido el “ave de las maravillas” que dijo mi padre… Igual que como nos van a dejar los maletas futboleros en el mundial y nos siguen dejando en ascuas los presuntos candidatos a ocupar puestos de gobierno…

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