martes, 6 de mayo de 2014

Aquellas Ferias…


Líneas
Por: José Ma. Narváez Ramírez.


Hoy no se deben comparar las ferias de antes con las de ahora, porque en aquellos tiempos las fiestas se hacían –por ejemplo en Santiago- en honor del Señor de la Ascensión y eran eminentemente religiosas, dándole las gracias al santo patrono por su benevolencia y misericordia, tanto para celebrar el gozo de una buena cosecha o para padecer menos los ataques del embravecido río, que de cualquier manera después de las inundaciones dejaba en su loca carrera el bendito limo, para que las tierras siguieran recibiendo la semilla. Hoy está más seco y contaminado que nunca gracias a las presas que la CFE continúa construyendo. Ahí viene una de las peores calamidades que sufrirá Nayarit: La Presa de las Cruces, que contaminará no solamente los miles de hectáreas en tierras Coras sino que extenderá su destructivo paso hasta el Mar de Cortés.
         Hubo épocas muy duras, como por ejemplo en el periodo de la II Guerra Mundial… El alumbrado público se interrumpía constantemente y los municipios afectados vivían en continua zozobra.
         No había los modernos sistemas que hoy nos proporcionan (día y noche) luz fluorescente, únicamente nos alumbrábamos con unos focos que parpadeaban en los postes esquineros, bien chuecos.
         En Santiago –permítaseme citar- la plaza era el principal punto de reunión por las tardes-noches, y en los ranchos era igual porque en la mayoría de los ejidos no había arbotantes o cosa parecida, de tal manera que las reuniones se efectuaban frente a los templos (donde por mera casualidad estaba la casa del señor autoridad o la tienda más grande del poblado).
         En tiempos de avenidas había tremenda escasez de productos comestibles –de los llamados ahora “de la canasta básica”-, el café se endulzaba con cucharadas de miel de abeja, nos alumbrábamos con velas o veladoras y tomábamos agua plagada de maromeros, por lo que casi todos los infantes (e infantas) teníamos abultados vientres… Posteriormente las autoridades sanitarias nos lo combatieron gratuitamente con un medicamento que se llamaba “tiro seguro”, haciéndolas salir por todos los orificios del cuerpo. Los chavos de aquella época corríamos asustados pegando tremendos gritos que ocasionaba el susto de ver salir las lombrices serpenteando por la boca o la nariz o el ano… Largas y viscosas…
         Los comerciantes hacían todo tipo de maromas y tranzas para abastecer sus negocios y proporcionar (a precio muy alto) maíz, frijol, azúcar, leche y sus derivados, manteca, carne, tortillas, etc. Lo que no fallaba era el vino y la cerveza, porque francamente no había mucho trabajo y el temor de que nos cayera una bomba desbalagada era muy remoto, o de que nuestro progenitor se fuera a engrosar las filas  del ejército y tal vez no lo volviéramos a ver, nos ponía a temblar.
         El dinero estaba como en estos tiempos, muy difícil y a duras penas se conseguía porque estaba más escaso que los comestibles, los usureros “vivían en Jauja” y hacían su agosto como siempre; y para cerrar el círculo se integraron batallones por todo el estado reclutados y adiestrados por la fuerza militar, para preparar a los civiles para la guerra. La iglesia recibía a los fieles de día y noche, ya que acudían a rezarle al Señor de la Ascensión pidiéndole con fe su divina ayuda y pronto socorro.
         Había pocos médicos (Morales, Maraver –quien se recibió posteriormente y se fue a radicar a Baja California-, Sánchez Pillot, Llanos, Ledesma y Ramos) y pocos medicamentos. Las parteras empíricas sorteaban los casos difíciles con más habilidad, experiencia y suerte que con técnica y conocimientos, así como con instrumentos y medicinas especiales para el parto.
         Pero Control… Señores… Control… que después le seguimos…

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