viernes, 19 de septiembre de 2014

Cuentos del Tío Chón

Relatos de un cristero nayarita
Por el Prof. J. Acensión Jiménez Flores.

(Se trata de DON FELIX FLETES SANTANA, nació en la Cofradía Acuitapilco, Nayarit, el 20 de noviembre de 1901. Tuvo la suerte de haber vivido esa época de cambios bruscos en la política del país, donde Nayarit no quedó fuera, cuando DON PLUTARCO ELIAS CALLES, decretó que se cerraran las iglesias).
Me tocó enrolarme en la cristiada por azares del destino, cuando llegó un sacerdote al rancho convocó a una plática con gente joven y vieja, nos explicó cuál era el motivo de esa reunión, se trataba de defender la libertad del culto, “el gobierno ya ordenó se cerraran las iglesias católicas y debemos defender nuestra religión, ya en muchos Estados de la República Mexicana se han levantado en armas, yo los invito al que quiera abrazar esta lucha que nos siga, le entregaremos a su familia 40 pesos de plata y si tienen armas mejor porque ahorita andamos escasos”.
Y así, mi hermano Antonio y yo, nos enrolamos en el grupo, conocimos casi toda la sierra de Nayarit parte de Jalisco, Durango y Zacatecas, siempre anduvimos a pie o a caballo, los jefes principales eran “El Pillaco” de Acaponeta, Trini Langarica, Jesús Rodríguez y Chano Flores, éste último era del rancho, y Juan Llanos que después lo conocí, él era de San Pedro Lagunillas.
Cuando se firmó la paz nos dijeron al grupo de la Cofradía, que entregáramos las armas en Santa María del Oro, que nos darían un indulto y que podíamos andar libres por donde fuera, entonces se supo que a dos compañeros los mataron, luego nos dimos cuenta que el Gobierno nos estaba engañando, esa misma noche nos fuimos de la Cofradía otro compañero y yo, cruzamos varios ranchos y después de casi dos días de camino fuimos a parar a la Estancia de los López, ahí se quedó mi amigo y yo seguí hasta un poblado cercano a San Felipe de Hijar va en el Estado de Jalisco.
Busqué trabajo, un señor me lo dio cuidando una huerta, por ahí pasaba un arroyo y cerca había unas pilas abandonadas, le pedí al dueño si me  las prestaba o rentaba para ponerme a curtir cuero, yo ya le entendía algo a ese trabajo, me dijo que si, nomás que no desatiendas la huerta.
Puse manos a la obra y pronto las dejé listas, fui a los ranchos cercanos a decirles que iba a curtir vaqueta para las correas de huarache, pronto me empezó a llegar trabajo. La vaqueta la curtía con cáscara de guamúchil, de modo que por la cáscara no tenía problema porque todo el arroyo tenía mucho guamúchil.
Me cambie de nombre, me puse Francisco y me decían “don panchito”, saqué las primeras pieles va curtidas, les llevé muestras a los huaracheros y les gustó, decían qué bueno ya no vamos que tener que ir hasta Ameca.
Me empezó a ir bien, y poco a poco fui haciendo mis ahorros, una vez hasta organicé en un poblado cercano un baile con un mariachi yo pagué la música, la gente de la región me estimaba bien, muchos me pagaban la curtida de las pieles con frijol o maíz, después yo se los vendía y el que no tenía dinero, se los regalaba.
Al poco tiempo llegó mi hermano Antonio tratándome de convencer que me saliera de ahí que estaba muy solo, total que me convenció, vendí lo que tenía, y me fui a vivir a Compostela, busqué trabajo en el campo en el corte de arroz.
A los pocos días llegó a Compostela Chano Flores y otras gentes que andaban con él, y me invitaron a andar en su “bolita”, y me dijo, vente Félix con nosotros no te va a ir mal; yo de plano le dije mira yo con ustedes no me junto, sé que ustedes andan fuera de la ley; dijo Chano bueno, pero si puedes llevarnos a un lugar donde vendan un buen tequila, a eso si, y los llevé a la cantina de don Cuco Andrade, que en ese tiempo estaba en la esquina de Allende y Bravo, empezaron a tomar, todos venían armados, me dijo Chano hay que conseguir un mariachi para que nos toque, le di una propina a un muchacho y le dije: anda por el mariachi; al poco rato ya estaban tocando. Luego llegó la policía de Compostela y todos se pusieron nerviosos Chano les habló, tómense un trago muchachos, ya nos vamos a ir, además no estamos haciendo escándalo; dijo el comandante está bien, se tomaron el trago y se fueron.
Chano FIores y su gente estaban secuestrando, también ya habían asaltado el tren pasajero; esa noche tomaron, se fueron, y no supe de ellos, mi hermano Antonio formaba parte de ese grupo.
Fui a buscar trabajo a la mina de Huicicila, me dieron acarreando material en carretillas a la maquina quebradora de piedra, y después me cambié a trabajar a la Casa Aguilar, los dueños eran de Santa María del Oro, se dedicaban al abarrote tenían vacas lecheras, entonces me acomodaron como ordeñador, llevaba los tarros de leche hasta Huicicila, la ordeña se encontraba cerca del poblado de Jaltepec, Nay., a las seis de la mañana tenía que estar con la leche para su venta “llueva o truene”.
En ese tiempo hubo un asalto al camión que llevaba la raya de los trabajadores de la mina de Huicicila, el dinero lo transportaban en un camión de Monroy, custodiado por una escolta de soldados al mando del teniente Olimón, los asaltantes estaban esperando en una encajonada que hace el río de Compostela, los agarraron en medio a fuego cruzado, y les gritaban "ríndanse y no los matamos, la raya es la que queremos que es de los americanos" ( así dice el corrido de Huicicila), no se escapó ningún soldado, todos murieron, desde entonces se llama ese lugar "El asalto", luego se supo que los jefes eran Juan Llanos y Chano Flores.
A mi hermano Antonio lo agarró el gobierno, tuvo una muerte muy fea, después de muerto la arrastraron a cabeza de silla por todo el rancho de Las Guásimas, ubicado cerca de San Pedro Lagunillas, después lo colgaron de la rama de un árbol.
Ya no estuve a gusto ahí, y me fui a buscar trabajo a Ahuacatlán, conseguí con un árabe que tenía muchas tierras, me contrató de guarda espaldas, ya estaba trabajando con ese señor Chano Flores y dos más, en ese tiempo había empezado a formarse los ejidos y los comuneros invadían las tierras, el árabe era dueño de grandes extensiones. Los comuneros contrataron un matón de Michoacán para que viniera a matar a Chano Flores, porque decían que era el más peligroso.
Chano se dio cuenta cuando llegó el matón y una vez que venía solo a caballo por un camino ya lo estaba esperando el matón, y le grito vengo a matarte defiéndete, al decir eso le disparo y mató al caballo de Chano, este cayó un poco debajo del penco pero con la pistola en la mano, se hizo el muerto y cuando lo tuvo cerca lo mató.
Ya andaba el gobierno detrás de nosotros, entonces yo me fui para Santiago Ixc., trabajé cortando y ensartando tabaco, me junté con una cuadrilla de la Cofradía de Acuitapilco, ahí conocí a Ma. Inés Bernal, muchacha con la que luego me casé y entonces fui a buscar trabajo a unas tenerías que eran de don Emilio Carrillo, estuve trabajando un tiempo cuando pasó un ciclón que dejó todos los árboles por el suelo, luego llegó la inundación fue como en 1938.
Me fui a vivir a un ranchito cercas de Santiago que se llama Ojos de Agua, hice mis pilas y me puse a curtir cueros y a crear gallinas, nos iba bien pero a causa de las gallinas me corrieron porque se me salían del corral luego picaban los platanares, me dijo el comisariado, aquí puedes seguir viviendo pero sin gallinas.
Entonces nos fuimos a Compostela, ahí busqué trabajo en unas tenerías que estaban junto al río, el dueño era don Antonio Trejo, me trato bien, hasta me prestó un cuarto para vivir, en ese tiempo todavía el río pasaba por la orilla de las tenerías, me ponía a descarnar dentro del agua, se arrimaba la zopilotera a comer carnaza; ahí trabajaba también su hijo Juan, su hijo Raúl se encargaba de una ordeña.
Recuerdo la casa de don Antonio, era muy bonita, con sus jardines al frente y bien pintada, había árboles grandes que daban mucha sombra y por las tardes su esposa doña Amelia se sentaba en su silla afuera de su casa a descansar, como estaba en alto cuando crecía el río no se inundaba la casa.
Un año después, ya vivíamos en el barrio de Santana, donde inicie mi negocio de tenerías, me fue bien algunos años, pero llegó otro fracaso, la forestal ya no me dejo usar la cáscara de encino y guamúchil para curtir, perdí todas las pieles que tenía ya por salir, esto me obligó a seguir curtiendo pieles en La Cofradía, ahí nadie me prohibió usar cáscaras, además me empecé a enfermar seguido del asma, ya no pude tener buena salud.
Le encargué a mis hijos que cuando me muriera era mi deseo escribir en mi lápida lo siguiente: “Aquí descansa un cristero que ofreció su vida por la fe a Dios y a la Virgen de Guadalupe, para que los templos no se vuelvan a cerrar”.

(Este cristero murió a la edad de 104 años. Que en paz descanse).

PD. Algunos relatos fueron tomados del Testimonio Oral, escrito por Fernando Arciniega Castañeda, bajo la coordinación Académica del Prof. Pedro Luna Jiménez y el Prof. Javier Vizcarra R. titulado como "Correrías de un Cristero" en el año 2000.

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