Por:
José Ma. Narváez Ramírez.
Bueno, parece que fue ayer,
pero eso de que cocinaron pozole de tigre en los manantiales de “El Tesorero”
que están a un paso de llegar al pujante poblado de Yago, es cierto, sólo
quiero animar a los lectores de periódicos a volver a tener en sus manos y ante
sus ojos las noticias y comentarios que a diario surgen por todos lados, para
avivar el interés que poco a poco se va perdiendo por leer la nota impresa,
los libros, las revistas y todo aquello
que está relacionado con la información y la literatura.
Sucedió –lo del pozole- de una “expedición punitiva” a la
sierra de Yago, de la que regresaron con la novedad que habían cazado un enorme
tigre (podría decirse jaguar para hacerle la barba al lampiño de Pavel) pero
era un hermoso ejemplar perteneciente a la familia de los grandes felinos que
se había “empicado” a atacar y matar a las reses de un ganadero yagueño que se
dedicaba a este oficio por allá en las tierras santiagoixcuintleñas más
alejadas de la jurisdicción correspondiente, o sea que se había convertido en
una fiera cebada y era urgente y necesario: matarla.
Por eso algunos integrantes del “Escuadrón del Sol” –que
estaba instalado en el edificio que ocupaba el taller de zapatería (Allende y
Juárez, en Santiago Ixcuintla), de don Cornelio Parra Camacho (“El Capitán
Chanclas” –como ocurrentemente le puso don Pepe Narváez Madrigal, mi señor
padre- en los tiempos de guerra, cuando integraron tres batallones de
ciudadanos de Santiago, dispuestos a participar en la conflagración mundial,
pero se quedaron vestidos y alborotados-); y se dispusieron a lanzarse adonde
les señalaban los ganaderos de Yago, para que fueran a cazar al mañoso animal.
Tres largas noches duraron accionando la “bufadera” (que es
un bule grande partido por la mitad y tapado con un cuero bien tensado, que
tiene un orificio en su parte media del que pende una correa untada con una
substancia que la vuelve semi-dura y se le jala con los dedos índice y pulgar a
los que se les aplica un poco de brea y al jalarle hace un sonido fuerte que
imita a los rugidos de la tigresa en brama, para atraer al macho, que enseguida
atiende a los reclamos amorosos, que en estos casos significan la muerte del
depredador… o salvo que fallen los cazadores y resulte “el tiro por la culata”.
Todavía es usada por algunos indígenas y viejos cazadores, para atrapar estas
piezas… pero el invento de este curioso artefacto es de ellos.
Como les contaba, al tercer día ya muy avanzada la noche, el
felino contestó el llamado de la “bufadera” (que accionaba Valerio, un
acompañante designado para tan peligroso cargo) y se dirigió contra el viento
hacia donde provenían “los rugidos”. El “Capitán Chanclas” y don Pepe ocultos
tras un mogote, con las lámparas pegadas a la frente esperando el mandato del
click para encandilar al animal y las armas al hombro preparadas para vomitar
sus balas en cuanto apareciera a tiro el calenturiento ejemplar… de pronto
surgió entre la penumbra al mismo tiempo en que las lámparas eran prendidas y
los gatillos eran jalados apuntando al enorme bulto, cayendo exánime a unos
cuantos pasos de los emocionados cazadores. Lanzaron las luces alrededor del
escenario donde habían consumado exitosamente la cacería del cebado tigre y
comprobaron que éste había llegado solitario, procedieron al acarreo del cadáver
hacia el vehículo en el que lo condujeron al rancho del ganadero afectado.
Al amanecer, con la luz del día comprobaron que se trataba
de un animal grande y viejo que había recurrido a estas prácticas de cazar
reses por que ya estaban minadas sus fuerzas juveniles y eran presa fácil de
atrapar, pero los lugareños sabían por experiencia que igualmente hacía víctimas a los humanos
que se encontraba a su paso, por eso decidieron ir a avisarle a los diestros cazadores
para que estos se encargaran de eliminarlo.
Valerio, que era un consumado cocinero, pidió la cabeza y
otras partes del animal para preparar un exquisito pozole de tigre, y de
inmediato le fue concedida para que al medio día la saborearan los bravos
tiradores y sus amigos de Yago, previa destazada y separada del cuero que se
puso a secar con sal bien extendido, para guardarlo como trofeo.
Huelga decir que aquel pozole fue un rico platillo que nos
tocó disfrutar mientras escuchábamos embelesados las peripecias de la cacería en
compañía de casi todos los miembros del “Escuadrón del Sol”, con sus
fantasiosos agregados que hiciera famoso el popular “Guilo Mentiras” (Dámaso
Murúa) -un escritor escuinapense que editó su libro de anécdotas “cazadoriles”,
tan interesante como gracioso-.
Control… Señores… Control… Han de disculpar el engaño del
título para meterlos al contenido, pero de alguna manera tenemos que atraer su
atención en estos tiempos en que la televisión y los aparatos celulares –y el
estrés- nos han conquistado y nos han alejado de las buenas lecturas o cuando
menos de aquellas que nos informan de los sucesos que acontecen a nuestro
alrededor… El pozole estuvo de pelos… Y
fue rociado con heladas ambarinas y uno que otro tequisquiápan de aquél marca
“Caballito Cerrero”, elaborado en la Hacienda de Santa Rita…
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