C O N V O C A T O R I A VI Concurso de Oratoria Juan Escutia

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domingo, 24 de noviembre de 2013

Ayer hicieron pozole de tigre en Yago

Por: José Ma. Narváez Ramírez.

Bueno, parece que fue ayer, pero eso de que cocinaron pozole de tigre en los manantiales de “El Tesorero” que están a un paso de llegar al pujante poblado de Yago, es cierto, sólo quiero animar a los lectores de periódicos a volver a tener en sus manos y ante sus ojos las noticias y comentarios que a diario surgen por todos lados, para avivar el interés que poco a poco se va perdiendo por leer la nota impresa, los  libros, las revistas y todo aquello que está relacionado con la información y la literatura.
         Sucedió –lo del pozole- de una “expedición punitiva” a la sierra de Yago, de la que regresaron con la novedad que habían cazado un enorme tigre (podría decirse jaguar para hacerle la barba al lampiño de Pavel) pero era un hermoso ejemplar perteneciente a la familia de los grandes felinos que se había “empicado” a atacar y matar a las reses de un ganadero yagueño que se dedicaba a este oficio por allá en las tierras santiagoixcuintleñas más alejadas de la jurisdicción correspondiente, o sea que se había convertido en una fiera cebada y era urgente y necesario: matarla.
         Por eso algunos integrantes del “Escuadrón del Sol” –que estaba instalado en el edificio que ocupaba el taller de zapatería (Allende y Juárez, en Santiago Ixcuintla), de don Cornelio Parra Camacho (“El Capitán Chanclas” –como ocurrentemente le puso don Pepe Narváez Madrigal, mi señor padre- en los tiempos de guerra, cuando integraron tres batallones de ciudadanos de Santiago, dispuestos a participar en la conflagración mundial, pero se quedaron vestidos y alborotados-); y se dispusieron a lanzarse adonde les señalaban los ganaderos de Yago, para que fueran a cazar al mañoso animal.
         Tres largas noches duraron accionando la “bufadera” (que es un bule grande partido por la mitad y tapado con un cuero bien tensado, que tiene un orificio en su parte media del que pende una correa untada con una substancia que la vuelve semi-dura y se le jala con los dedos índice y pulgar a los que se les aplica un poco de brea y al jalarle hace un sonido fuerte que imita a los rugidos de la tigresa en brama, para atraer al macho, que enseguida atiende a los reclamos amorosos, que en estos casos significan la muerte del depredador… o salvo que fallen los cazadores y resulte “el tiro por la culata”. Todavía es usada por algunos indígenas y viejos cazadores, para atrapar estas piezas… pero el invento de este curioso artefacto es de ellos.
         Como les contaba, al tercer día ya muy avanzada la noche, el felino contestó el llamado de la “bufadera” (que accionaba Valerio, un acompañante designado para tan peligroso cargo) y se dirigió contra el viento hacia donde provenían “los rugidos”. El “Capitán Chanclas” y don Pepe ocultos tras un mogote, con las lámparas pegadas a la frente esperando el mandato del click para encandilar al animal y las armas al hombro preparadas para vomitar sus balas en cuanto apareciera a tiro el calenturiento ejemplar… de pronto surgió entre la penumbra al mismo tiempo en que las lámparas eran prendidas y los gatillos eran jalados apuntando al enorme bulto, cayendo exánime a unos cuantos pasos de los emocionados cazadores. Lanzaron las luces alrededor del escenario donde habían consumado exitosamente la cacería del cebado tigre y comprobaron que éste había llegado solitario, procedieron al acarreo del cadáver hacia el vehículo en el que lo condujeron al rancho del ganadero afectado.
         Al amanecer, con la luz del día comprobaron que se trataba de un animal grande y viejo que había recurrido a estas prácticas de cazar reses por que ya estaban minadas sus fuerzas juveniles y eran presa fácil de atrapar, pero los lugareños sabían por experiencia  que igualmente hacía víctimas a los humanos que se encontraba a su paso, por eso decidieron ir a avisarle a los diestros cazadores para que estos se encargaran de eliminarlo.
         Valerio, que era un consumado cocinero, pidió la cabeza y otras partes del animal para preparar un exquisito pozole de tigre, y de inmediato le fue concedida para que al medio día la saborearan los bravos tiradores y sus amigos de Yago, previa destazada y separada del cuero que se puso a secar con sal bien extendido, para guardarlo como trofeo.
         Huelga decir que aquel pozole fue un rico platillo que nos tocó disfrutar mientras escuchábamos embelesados las peripecias de la cacería en compañía de casi todos los miembros del “Escuadrón del Sol”, con sus fantasiosos agregados que hiciera famoso el popular “Guilo Mentiras” (Dámaso Murúa) -un escritor escuinapense que editó su libro de anécdotas “cazadoriles”, tan interesante como gracioso-.
         Control… Señores… Control… Han de disculpar el engaño del título para meterlos al contenido, pero de alguna manera tenemos que atraer su atención en estos tiempos en que la televisión y los aparatos celulares –y el estrés- nos han conquistado y nos han alejado de las buenas lecturas o cuando menos de aquellas que nos informan de los sucesos que acontecen a nuestro alrededor…  El pozole estuvo de pelos… Y fue rociado con heladas ambarinas y uno que otro tequisquiápan de aquél marca “Caballito Cerrero”, elaborado en la Hacienda de Santa Rita…

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